La lógica del planteamiento de Ramos era que de seguir así –más de ocho mil muertes desde Diciembre último-, el sexenio se convertiría en el más sangriento y violento de la historia. Por eso su apresurada interrupción –a manera de lapidaria conclusión- de que nada se estaba haciendo en este gobierno y que “no era verdad” la afirmación del Peje, en el sentido de que se había detenido al tendencia al alza en los asesinatos cometidos.
Cuando López Obrador lo invita a cotejar las cifras, ambos caen en la cuenta de que son las mismas y que las diferencias son de óptica: para el periodista, desde luego, la nota que estaba, digamos, cantadita, porque las soluciones en este asunto son claramente, de largo plazo y Ramos difícilmente iba a desperdiciar la oportunidad de demostrar que sería el único capaz de hacer resbalar al Presidente en un asunto tan delicado como la violencia que azota a la Nación y menos iba a desperdiciar el colgarse una medallita, que la derecha gustosa habría de prenderle en el pecho, sin que al periodista mucho le importara la geometría política de la que procediera.
Para el mandatario, no quedaba sino hacer notar la naturaleza lenta de las acciones emprendidas por su gobierno y demostrar que, aunque a paso de tortuga, hay resultados. La diferencia en el caso del Peje es que reclamó su derecho de réplica, de la misma manera que los medios reclamamos el derecho a saber, a conocer la obra de gobierno y a la transparencia.
El asunto quedó pendiente de un esclarecimiento puntual, pero el golpe mediático de Ramos no fue lo contundente que él hubiera querido; empero, voces de la derecha se apresuraron a ponerlo como el “valiente y crítico periodista” que cuestionó y exhibió, dicen, al mandatario que es visto por ellos como un presidente ineficaz, que engaña y que no es sino más de lo mismo.
Para los seguidores del mandatario, Ramos fue un agente de la derecha que cual cadenero, llegó a provocarlo con argumentos que se cayeron a la primera comparación y a la primera respuesta. Y al final de cuentas, dicen simpatizantes del Presidente, el exhibido fue el periodista.
Lo que queda claro es que a este país le siguen haciendo falta voces y plumas serias, un periodismo que vaya más allá de la coyuntura, que busque no sólo reflectores sino verdades; que no confunda la crítica con el griterío, la descalificación o el improperio; que pueda diferenciar entre afinidades político ideológicas propias, de los hechos tal cual ocurren.
Se requiere de voces que no sientan que responder más rápido y más fuerte es hacer periodismo y que en cambio sepan que cuando dicen que la burra es parda, es porque traen los pelos en la mano.
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