David Martín del Campo
Fueron los años de Miguel de la Madrid, de José López Portillo, de Luis Echeverría. Todos ellos heredaron a Carlos Salinas de Gortari una economía que no hallaba salida a la crisis. Entonces surgió la oportunidad en eso que se llamó Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte, y con ello se avizoró la salvación de la patria. Los mandatarios de Estados Unidos, Canadá y México lo firmaron en diciembre del 1992. Tratado que un año después se encargaría de opacar el alzamiento del FZLN en las cañadas de Chiapas, y poco después el magnicidio en la barriada de Lomas Taurinas.
Fue lo que vivió esa generación, cuando el PRI arribaba a la senectud; la crisis, la crisis, la crisis que se repetía en todas las sobremesas y reuniones. “¿Para dónde hacerse?”.
La mía fue un poco la generación del “milagro mexicano”. Los gobiernos de Miguel Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, y un poco Gustavo Díaz Ordaz. Crecimiento económico del 6, del 7 por ciento a ratos, y la clase media reinventándose con el frenesí de Dámaso Pérez Prado, Angélica María, Enrique Guzmán y Cri-cri alegrándonos la vida con la historia del Ratón Vaquero… antes que ganara las elecciones.
Pero aquello se acabó con el neo-populismo de Echeverría y López Portillo, y el manido “desarrollo estabilizador” pasó a la historia cuando quisimos convertirnos en líderes del Tercer Mundo, de tan triste memoria.
Así como Nerón en su momento tocaba el arpa, mientras ardía Roma, Donald Trump jugaba golf mientras se desplomaban los mercados globales. Esa es la medicina amarga que le está recetando el presidente de Estados Unidos a la economía mundial, según él para que la Unión Americana recobre su esplendor y su grandeza, aunque de acuerdo a los resultados en las bolsas de todo el mundo, la oleada del desastre amenaza ya la economía de los propios estadounidenses que estarían al borde de una recesión económica.
En este espacio he sostenido que los únicos capaces de frenar a Donald Trump, son los propios estadounidenses y, si se sienten lastimados los dueños del dinero que apoyaron en su campaña al magnate neoyorquino, tal como lo están resintiendo ya los magnates del mundo financiero al sufrir grandes pérdidas de dinero.
Rubén Vázquez Pérez
En los menos de seis meses que tiene de gobernar, la Presidenta de la República ha tenido oportunidad de ensayar y poner en práctica su personal estilo de ejercer el poder. La caricaturesca oposición –más maldosa que malvada-, no le ha obligado ni siquiera a alzar la voz. Hasta el momento, la mandataria se ha mostrado sonriente, serena, acaso muy seria y nada más, no obstante haberse quedado como blanco de las campañas de mentiras, ataques, denuestos, y descalificaciones procedentes muchas veces de personajes viscerales y ramplones, casi todos con asiento en el Congreso.
Preocupan, empero, ciertos titubeos, evasivas e indefiniciones surgidos desde dentro de ese amplísimo como heterogéneo ¿partido? llamado Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y ante los cuales, la Presidenta “con A” tampoco ha tenido respuestas contundentes y claras y, lamentablemente, ha caído también en titubeos, evasivas e indefiniciones, como si no quisiera enfrentar esos signos que la contrarían y la desafían, no obstante contar con toda la fortaleza política de que la dotó el pueblo cuando la eligió.
En este mismo espacio, hace algunas semanas consideramos miserables a los individuos y sus acciones para posponer tres años más, hasta el final del sexenio, la aplicación de la normatividad propuesta por Claudia Sheinbaum Pardo a fin de acabar con el nepotismo, y que éste no se verificará más en las elecciones intermedias; esto es, que políticos no pudieran “heredar” cargos públicos o posiciones políticas a sus familiares, una de las más sentidas demandas que la Presidenta recogió durante su campaña.
Por Raúl Adorno Jiménez
Todo parece indicar que la comentocracia “no entiende que no entiende”, porque desde sus columnas periodísticas, opiniones radiofónicas y televisivas insisten en atacar desde cualquier flanco al gobierno de la Cuarta Transformación o más directamente al gobierno que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum, con lo que lo único que han logrado es desacreditarse más ante la opinión pública.
Pese a la feroz campaña que prevalece en la mayoría de los medios de información, que parece provenir desde las más altas esferas de los poderes fácticos, particularmente de los que tienen que ver con el poder económico, todavía se quejan que desde el gobierno federal se utiliza toooodaaaa la fuerza del Estado para promover su propia versión de los hechos que generan controversia en nuestra sociedad.