Rubén Vázquez Pérez
Hace algún tiempo, cuando transcurrían los dos primeros años de la 4ta Transformación, “Cría Cuervos” fue una reflexión publicada en este mismo espacio, que refería la impunidad que el gobierno capitalino ofrecía a manifestantes, pero en especial, a los violentos que vandalizaban y aún vandalizan el mobiliario urbano, a no pocos negocios y aún al ciudadano común.
Lo sucedido el Miércoles último con la destrucción de la puerta de Palacio Nacional de la calle de Moneda, no hace sino confirmar que lejos de ser sometidos, los violentos han escalado sus acciones. Y cada vez se atreven a más; no parece exagerado decir que no están lejos de perpetrar una agresión directa a los militares y cuerpos de seguridad en torno al Presidente de la República. E incluso al mismísimo Primer mandatario.
Pareció desde el principio de este gobierno que hay confusión: no es lo mismo garantizar el clima de libertades que debe prevalecer para el ejercicio de los derechos ciudadanos, que no perseguir ni someter a quienes, con este pretexto –las manifestaciones-, pintarrajean paredes y monumentos; destruyen ventanales y estatuas y hacen añicos estaciones del transporte público, lo mismo que la puerta de Palacio Nacional.
“Nosotros no somos represores”, dicen las más altas autoridades gubernamentales una y otra vez en el discurso oficial, cuando se les pide detener el vandalismo. “No somos lo mismo de gobiernos anteriores”, remarcan. Pero la destrucción de que hacen gala los violentos es un delito que está tipificado en el Código Penal.
Lo curioso del caso es que van mil y una acciones vandálicas en esta ciudad, incluso desde antes de que iniciara la 4T, siempre perpetradas por individuos que se cubren el rostro, que después de sus agresiones corren a esconderse entre la multitud, se cambian el suéter o sudadera y hasta dejan de correr: sólo se van caminando libres e impunes. Las cámaras del C4 los han registrado.
Casi siempre hay o ha habido algún o algunos detenidos quienes al siguiente día, o acaso en horas, recuperan su libertad. Y sin duda, se reportan listos para la siguiente acción; las mismas cámaras de vigilancia los han vuelto a captar. Así las cosas parce lógico que la autoridad policial sepa bien de quiénes se trata y hasta dónde encontrarlos. Pero hasta ahora, no lo ha hecho.
En el ánimo ciudadano, pese a todo, prevalece la empatía por las causas que muchas de los manifestantes enarbolan. Mucha de la gente común ha padecido injusticias, represión, olvido y desatención: ha sido más o menos tan victimizado como los manifestantes por policías, soldados, caciques y neo caciques, jueces, magistrados y ministros lo mismo que políticos municipales, estatales y federales.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que lo de la puerta de la calle de Moneda ha sido una “vulgar provocación”. Y tiene razón. Pero la inacción de su gobierno contra el vandalismo lo exhibe como atado de manos, víctima de su propia trampa porque en su administración, insiste, “no son lo mismo” que las precedentes.
Es decir: parece que alguien ya se ha dado cuenta de este nicho de oportunidad, alguien que –nada extraño sería- está en la oposición. Y más específicamente, en esos círculos radicales y obscuros, que se mueven desde el subsuelo y que están dispuestos a todo para desbarrancar a este gobierno, aún y si con eso se va el futuro del país.
En conclusión: este gobierno debe entender que nadie está pidiendo represión ni cancelación de las libertades. Solamente se pide, la aplicación de la ley. Al fin y al cabo, este país y esta ciudad es de todos, no sólo de los vándalos. Y se gobierno para todos, ¿no?
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