Podríamos esperar que una vez que se ha golpeado duramente a las organizaciones criminales dedicadas al robo de gasolina y diesel, tendría que haberse dado otro golpe de más alto nivel y mayor contundencia.
Por ejemplo, a las finanzas de los cárteles del narcotráfico, es decir: a estas otras más poderosas organizaciones criminales a las que, sin duda, ahora les debe costar más trabajo moverse porque ya no disponen de combustible gratis al que antes accedían por la vía del huachicol.
Sería como en una pelea de box: si el rival más débil se levantó para golpear hasta el punto de hacer tambalear al adversario, lo que sigue es volverlo a golpear, hacerle más daño hasta que caiga, de modo tal que aunque le cuenten hasta mil no pueda, no quiera levantarse más.
Pero no hemos sabido nada de eso; si, en cambio, de atentados criminales contra las fuerzas armadas, con bajas humanas y, lo más vergonzoso, el desarme, maltrato e injurias y hasta deshonor con que fueron agredidos elementos del Ejército mexicano, obligados por lo demás a devolver un armamento que antes habían decomisado en cumplimiento de su deber.
¿Por qué esas pifias?
¿Será que el Presidente Andrés Manuel López Obrador está apostando a su enorme bono democrático, a la gran aceptación que aún tiene a casi un año de su triunfo electoral y por eso le tiene sin cuidado cuanto se diga o se critique a su gobierno desde la oposición?
Pero entonces puede suponerse que también está jugando con la aceptación ciudadana, con la credibilidad que tiene entre ésta y, sobre todo, con la paciencia de una buena parte de la sociedad que, ciertamente, aún confía, aún espera a disfrutar de una mejor calidad de vida.
Es decir: la confianza de su electorado, su aceptación en buena parte de la población le está sirviendo a López Obrador para ganar tiempo, en tanto le salen bien las cosas y comienzan a darse los resultados.
Pero, por ejemplo, ¿cuánto se ha dañado su credibilidad por no tener conocimiento ni idea alguna del tipo de personaje al que se homenajeó en el Palacio de las Bellas Artes?
¿Por qué tanta deferencia a Nassón Joaquín García si clara, cínicamente se exhibe como un farsante que se aprovecha de la buena fe y la ignorancia de sus seguidores para llenarse los bolsillos de las riquezas que éstos generaron? ¿A poco si le creyeron que es un apóstol, que habla con Dios y que no está en esta vida sino para hacer el bien?
¿O de que le sirven al gobierno mexicano los convenios internacionales que tiene con otras policías del mundo: no hay comunicación con éstas, no hay fichas de investigación, boletines, listas de los más buscados, no las revisa nadie?
¿O cómo fue que sorprendieron a la Secretaria de Cultura y a la Directora General del Instituto Nacional de Bellas Artes, Alejandra Frausto y Lucina Jiménez, respectivamente, para que autorizaran rendirle un homenaje a tan ruin personaje, Nassón Joaquín García, en el más importante recinto cultural del país, el Palacio de las Bellas Artes, a pesar de que se le señala como responsable de 26 delitos sexuales en el sur de California?
Lo de los denominados uniformes neutros –el que menores de edad elijan si usan prendas propias del sexo opuesto-, no es sino una gran decepción, toda vez que procede de una de las mentes más lúcidas, la de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaun, universitaria de enorme trayectoria y grandes logros en el ámbito científico.
¿Por qué someter a debate un asunto tan banal cuando todos sabemos que la ropa –uniforme o no- que han de usar niñas, niños y adolescentes, la imponen los padres y madres de familia? Y no se trata de una imposición autoritaria, sino sencillamente porque la tarea de los paterfamilias respecto a sus hijos es formativa de su carácter y de su desarrollo físico y emocional.
¿Debatir públicamente este tipo de absurdos?, ¡por favor: eso no es sino quitarle el tiempo a la democracia para asuntos más relevantes!
Y en cuanto al error garrafal por citar imprecisamente datos históricos, no parece sino la consecuencia de tanta exposición pública, de tanta conferencia, de hablar demasiado y sin guión, todo de memoria; es la consecuencia de no tener o no querer tener un vocero y tampoco una política de comunicación social.
Ojalá que el bono democrático le alcance al Presidente, porque… ¡vaya pifias!
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