Los resultados de los primeros cien días de gobierno son pocos, pero no poca cosa y, sin embargo, escasamente perceptibles para una población llena de esperanza y expectativas, de promesas por cumplir.
Que hasta el momento no se tenga noticia de la sorpresiva e irregular adquisición de propiedades inmuebles por parte de familiares, amigos o colaboradores cercanos del Presidente es algo que mantiene la confianza y la credibilidad en el gobierno de López Obrador; que el huachicoleo no sea más la nota del día, implica que algo se hace y que poco a poco se le detiene; que se mantenga la estabilidad financiera y la moneda nacional conserve los márgenes de paridad respecto del dólar de los últimos meses, mantiene la confianza de ahorradores e inversionistas.
Pero la criminalidad va al alza; la Guardia Nacional, aprobada y todo, aún no comienza a operar; la proyectada refinería estará lista hasta dentro de tres años; el precio de las gasolinas y demás energéticos aún no bajan sensiblemente; si bien contenidos, los radicales del magisterio están lejos de renunciar a movilizaciones, plantones, bloqueos y cuanto desmán se les ocurra; la voracidad bancaria, sin llenadero; la inflación no cede y el salario, no aumenta.
Como si fuera poco –que ciertamente no lo es porque lo mencionado es apenas una muestra de los pendientes a conseguir-, el gobierno de la Cuarta Transformación enfrenta la andanada de aquellos que perdieron privilegios y de quienes se sienten amenazados por la aplicación de la ley.
¿Acaso la ciudadanía se encuentra ante una primera etapa de desestabilización que en este primer momento consistiría en alentar la inconformidad ciudadana por todo y por cualquier cosa, sin que mucho importe si sea mentira o se carezca de sustento?
¿Y qué tal que de pronto lo que hasta ahora han sido tentaciones no contenidas para usar el poder y designar a cercanos o pagar cuotas de campaña, se convierta en algo más que el desliz de beneficiar a cuates sin preparación ni mérito alguno?. ¿Qué tal que por la urgencia de iniciar una obra, ésta se le conceda a un amigo y resulte que su trabajo sea de mala calidad y tarde que temprano se convierta en tragedia? ¿Y qué tal un sabotaje?
La derecha y los anti pejes se frotan las manos porque saben que es amplio el abanico de opciones para hacer descarrilar al régimen.
La gente necesita saber que hay resultados, que éstos son tangibles, verificables. Porque, por el contrario, todavía no sabemos si Romero Deschamps, por ejemplo, está detrás del huachicoleo, como suponemos todos; mucho se dice de los abusos de Peña Nieto, pero no sabemos si hay una demanda, una orden judicial, una indagatoria contra él y sus cómplices.
Eso, por mencionar los casos que tendrían un impacto mediático. Pero tampoco sabemos mucho de la recuperación del poder adquisitivo de los sueldos; de la generación de empleos y de las inversiones que los harían posible. Y no se trata de animar al gobierno federal a que despliegue una contra propaganda o incurra en el maquillaje de cifras para que contrarreste el asedio neoliberal.
Se trata simplemente de tener resultados verificables pero que también impacten positivamente en la calidad de vida de los mexicanos. Se trata de mantener la esperanza, de no defraudar, de hacer saber a los más de 30 millones de mexicanos que su voto por el Peje fue todo un acierto. Y que no tiene sentido mirar de nuevo hacia atrás.
Como sea, lo cierto es que una vez más, la paciencia ciudadana está a prueba.
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