Ya quedó marcado. Los aviones militares norteamericanos podrán seguir transportando a migrantes “delincuentes” a sus lugares de origen, Guatemala, Colombia, el país que sea, cumpliendo así una de sus promesas de campaña. La famosa MAGA (“Make America Great Again”), que implica la expulsión de los invasores que cruzaron la frontera sur de mala manera.
De lo que se trata es de mandar y obedecer. Ya lo manifestó Theodore Roosevelt una siglo atrás, hablar claro y aplicar el garrote (el “big stick”) cuando sea necesario. Antes se requería de las cañoneras y los marines desembarcando al amanecer, ahora basta con un golpe de arancel, del 25, del 50 %, cancelar las visas, y los disconformes doblan las manitas, como se dice.
Prometió barrer la casa, apenas ingresar, y lo está cumpliendo. Donald Trump ha señalado que uno de los males heredados por las anteriores administraciones demócratas ha sido la excesiva prodigalidad en las cuestiones migratorias, por lo que se les han “colado” demasiados delincuentes. Ha llegado la hora de poner fin a esa filantropía mal entendida, y que cada cual permanezca en su lugar de origen. Los hondureños en Honduras y los oaxaqueños en Oaxaca. “Aquí no hay lugar para ustedes, ¿qué no lo entienden?”.
El problema de fondo, ya lo decíamos, tiene dos focos antagónicos. Por un lado están los gobiernos fallidos que no pueden garantizar seguridad, educación ni bienestar a sus ciudadanos, y por el otro el faro de luz que representa la sociedad norteamericana (el “american way of life”), a cuyas migajas aspiran millones de migrantes buscando acomodarse a lo que sea… jornaleros, lavaplatos, peones de la construcción.
Se trata de una contradicción histórica irremediable, hasta donde entendemos, y de ahí los hormigueros humanos que corren del sur, concentrándose en el Darién, en una columna que no para sino hasta las garitas de California y Texas. Y, como bien saben los jadineros, un hormiguero es inextinguible, aunque sí puede ser “controlado”.
La bravata de Petro pasará a la historia como eso; un desplante irreflexivo, pendenciero, que no podría llegar más lejos. “Ah, ¿no podemos aterrizar?”. El traslado aéreo de los colombianos indocumentados continuará por buen rato, y los mandatarios que quieran alzar el cuello en contra, mejor que lo piensen dos veces.
La indignación y el radicalismo soberanista está muy bien para los discursos, pero este momento es difícil como nunca para desafiar al gran valentón. Es momento del diálogo, la palabra y la conciliación. Lo demás será heroismo admirable y sublime –como Petro en la primera hora–, aunque del todo inútil. Los rufianes no entienden, pero hay que ofrecerles razones. Una y otra vez.
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