La novelística de Vargas Llosa recoge algunos episodios regionales del caso. Es lo que se narra de modo magistral en La Fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, Tiempos difíciles, y de algún modo en La casa verde, Conversación en la catedral, El pez en el agua. En esas novelas Vargas Llosa nos cuenta las ilusiones de redención nacional, el atraso popular, el ejercicio del poder que se arrogan esos tiranuelos ávidos de codicia y venganza, cuyos nombres hacen heder las páginas de la historia continental… Fulgencio Batista, Alfredo Stroenssner, Augusto Pinochet, Jorge Videla, Hugo Chávez, nuestro Victoriano Huerta, “Papá Doc” Duvalier.
Dictadores de pacotilla que sucumbían en la primera asonada pues nunca supieron hacer “institucional” la sucesión del poder, como aquí lo vislumbró el Jefe Máximo, ya lo decíamos, Plutarco Elías Calles. Sólo que la democracia, cuando se conquista en las calles y en las urnas, se vuelve del todo aburrida y no es candidata a protagonizar un ejercicio narrativo de peso. ¿Alguien se animará a escribir la novela de Dilma Roussef, de Andrés Pastrana, de Enrique Peña? Serían convenientes para la lucha contra el insomnio.
En un arranque de arrogancia, discípulo al fin de Jean-Paul Sartre, Vargas Llosa sintió la necesidad existencial de trascender en el plano político. Como nadie de su generación, se lanzó a la campaña electoral por la presidencia del Perú en 1990, que perdió ante un anónimo candidato de apellido japonés, que terminaría en la cárcel. Rómulo Gallegos, escritor colombiano, sí logró la presidencia de su país (1947-48) hasta que fue derrocado. Lo mismo intentaría nuestro José Vasconcelos en la campaña antirreleccionista de 1929, pero el temerario intelectual político fue derrotado por el incipiente y perfecto régimen.
Mario Vargas Llosa fue igualmente aventurero. En la literatura, combinando los episodios biográficos con la narración histórica, en la vida personal, concertando relaciones sentimentales cada decenio, en la vida intelectual, ciñéndose al liberalismo luego de abandonar las militancias juveniles de corte comunista.
Fue el más importante escritor en lengua española de su generación, y así fue reconocido por los jurados del Premio Nobel y del Príncipe de Asturias. Cumplida su misión, en los últimos años fue conciliándose consigo mismo y su gente. En 2022 publicó en la revista Letras LIbres un cuento denominado “Los aires”, en el que describía el aburrimiento y la extrañeza de un personaje que no se reconoce ya en los ámbitos de antaño… la gente ya no conversa, sino que dialoga con sus telefonitos, y todo ha perdido de interés. Luego anunció que ya no colaboraría con su columna periodística Piedra de toque, y se despidió de sus lectores. Al poco abandonó a Isabel Preysler, con quien había concertado un romance de socialité, y retornó al seno familiar con Patricia, su mujer.
Paseaba por los barrios antiguos de Lima, se reconocía en las avenidas de antaño, conversaba con sus hijos, recibía a viejos amigos en su casa. El héroe estaba fatigado, su existencia había sido del todo imperfecta, pero vital como ninguna. Sí, el mundo le había pertenecido. ¿Qué más?
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