Imposible ir en contra de las tendencias que señalaban una votación mayoritaria a favor del candidato de la coalición Juntos Haremos Historia y en contra de la voluntad de millones de mexicanas y mexicanos que le dieron su apoyo en plazas públicas y urnas.
A quienes vimos cómo se acrecentaba el fantasma del fraude a medida que se acercaba el 1 de julio; nos indignamos ante la compra del voto y el robo de boletas electorales; temimos que los marcadores proporcionados por el INE para marcar boletas se borraran y acudimos a las urnas con nuestro bolígrafo; el ánimo nos cambió en cuanto se corrió la noticia de que José Antonio Meade de la coalición Todos por México (PRI-PVEM-PANAL) y Ricardo Anaya de la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC) aceptaban que las tendencias de la votación no les favorecían.
Llegó entonces la hora de la celebración y el escenario elegido fue el mismo que se le negó a López Obrador para su cierre de campaña: el Zócalo de la Ciudad de México, donde miles se dieron cita para festejar el triunfo de su candidato y el cambio de régimen. A las voces de “Sí se pudo”, “¡Presidente, Presidente!” se sumaban las de “México sin PRI”.
En este río de seres humanos, las mujeres (solas, en pareja, en grupo) estuvieron presentes, como lo hicieron al participar como capacitadores electorales o funcionarias de casilla o representantes de los partidos u observadoras del proceso electoral. Han sido ellas un motor importantísimo en la construcción del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y lo serán en la transición y en la conformación del gobierno que encabezará el tabasqueño.
¿Cómo no reconocer también el trabajo de las mujeres en los medios de comunicación, quienes estuvieron informando minuto a minuto el acontecer de una jornada cuya imagen primera es la de un candidato presidencial, López Obrador, rodeado de cámaras y micrófonos que llegó a votar 30 minutos antes de las 8 de la mañana?
Y, sin embargo, a la hora de hablar sobre la repartición del poder, los protagonistas fueron los hombres: Córdova Vianello y el presidente Enrique Peña Nieto fueron las autoridades que legitimaron la victoria.
¿Qué pasaba con las esposas de los candidatos a la Presidencia de la República en el momento en que ellos reconocían públicamente su derrota o su triunfo?
Juana Cuevas, la esposa de José Antonio Meade, se mantuvo en un muy discreto segundo plano, a la izquierda del ex funcionario. A su derecha estaban René Juárez y Aurelio Nuño. Cuando ya al final de su intervención él volteó hacia ella y le agradeció su apoyo, Juana, solidaria, se acercó a abrazarlo. Fueron segundos de un gesto que les valió aplausos de la audiencia. Al final, Juana se replegó y Meade quedó entre Juárez y Nuño, simbólicamente atrapado entre el líder de un partido político profundamente desprestigiado y el amigo del presidente más repudiado en la historia moderna de nuestro país.
La estampa que nos ofreció Carolina Martínez, la esposa de Ricardo Anaya, fue otra: ¿tristeza?, ¿ira contenida?, ¿miedo? Difícil decirlo, como difícil debe ser estar ahí, en público, al lado de una personalidad política, sin poder interpelar ni mostrar emociones. En todo caso, ella sí ocupó un lugar central en ese escenario, a la derecha del candidato quien, lo primero que hizo al terminar el discurso, fue abrazarla.
Muy relajada y sonriente se mostró Adalina Dávalos, la esposa de Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco”, única figura en el templete desde el cual él hizo pública su derrota. A lo largo de los casi 5 minutos de discurso, ella acompañó éste con movimientos de cabeza, como queriendo reafirmar cada palabra de su marido.
Beatriz Gutiérrez Müller se mantuvo al lado de Andrés Manuel López Obrador en los escenarios donde pronunció los discursos del triunfo. Sin embargo, su actitud era una en el Hotel Hilton y otra en el Zócalo capitalino. En el primero se la vio con un rostro sereno que sólo por momentos reflejaba la satisfacción del triunfo. Beatriz miraba al frente, recorría con la mirada el Auditorio, volteaba a ver al Presidente electo. Al final del acto, fue ella quien se adelantó para tomar el discurso, salir del escenario y dar a AMLO el espacio para que con el brazo derecho en alto se despidiera de quienes lo aclamaban.
De su primer discurso como presidente electo destaca el momento en que Andrés Manuel señaló: “La transformación que llevaremos a cabo consistirá básicamente en erradicar la corrupción de nuestro país”. En el diagnóstico señaló que ésta era el resultado de un régimen político en decadencia y le atribuyó el origen de la desigualdad social y económica, así como de la violencia que afecta a nuestra Nación.
Del Hotel Hilton al Zócalo, el cambio de actitud fue claro: Beatriz se permitió mostrar su entusiasmo, aclamar a su esposo, saludar a los asistentes que identificaba. Ahí, López Obrador, más cómodo dijo: “No les voy a fallar”, “No se van a decepcionar”, “Soy muy consciente de mi responsabilidad histórica, no quiero pasar a la historia como un mal Presidente”, “Triunfamos y ahora vamos a transformar a México”.
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