Hace 32 años un indicador de 8.1 en la misma escala provocó no un ciento, sino varios miles de muertes y muchos más daños materiales; en aquel año el epicentro del terremoto estuvo a más de 400 kilómetros, en las costas del Pacífico, frente a Michoacán.
Este Martes, el nuevo 19 de Septiembre, el movimiento sísimico se originó a unos 120 kilómetros de la Ciudad de México, en Axochiapan, Morelos, esto es, muy cerca de la capital del país.
A las 13:20 horas, apenas dos después del simulacro con que se recuerda a la población su fragilidad ante la furia de la naturaleza, se desató un fuerte vaivén que meció árboles, postes, casas y edificios; que paralizó el tránsito vehicular y que, como en 1985, derrumbó inmuebles habitacionales y de oficinas.
La alarma sísmica no sonó; lo hizo hasta después de las dos primeras sacudidas; la gente fue sorprendida en sus oficinas, en sus casas, en sus escuelas, a bordo de sus vehículos, en la calle, en restaurantes, fábricas y establecimientos comerciales.
Simplemente la cercanía del epicentro con la CDMX no dió tiempo a la alarma sísmica para advertir con ese minuto de anticipación que habría salvado muchas vidas de ese centenar de niños y adultos que esta vez, no lo lograron.
Los medios masivos de comunicación, los empresariales, centraron su atención en el drama de los niños atrapados en la escuela primaria Enrique Rébsamen, en Coapa, al sur de la Ciudad; murieron allí 22 menores de edad y lentamente, a lo largo de estos dos días, se sabía de rescates, de sobrevivientes.
Desde luego que en términos de una escala de valores éticos o emocionales, el rescate de los niños es prioridad. No se discute; el hecho, sin embargo, no estuvo exento de los afanes protagónicos de ciertos comunicadores que, como suele suceder en estos casos, hicieron gala de producción televisiva, de impostación, de primerosplanos para ganar rating, para ganar fama.
En contrapartida, esos medios no dieron tanta cobertura a otros sitios de la tragedia: en Álvaro Obregón 286, el edificio se cayó entero: seis u ocho niveles de oficinas se vinieron abajo y si bien fueron rescatados más de una veintena de personas, quedaron atrapados al menos otras 15 de los diferentes negocios y empresas que allí tenían sus oficinas.
Allí y en sitios como Chimalpopoca y Bolívar, en el Centro Histórico, lo mismo en la colonia Algarín, muy cerca de allí, y en la colonia Lindavista, ésta última en la delegación Gustavo A. Madero, al norte de la ciudad, la atención de esos grandes medios mereció apenas segundos.
En Chimalpopoca y Bolívar se cayó enteramente el edificio en que laboraban las costureras, el mismo que en 1985 también colapsó y aplastó a varias decenas de trabajadoras; en ese año supimos de la infame explotación de laque eran víctimas; esta vez, se habla de al menos 100 víctimas que sufrían más o menos del mismo maltrato, ya no a manos de un judío, pero si de un empresario coreano que, al parecer, también falleció.
En la Algarín se cayeron los pisos 3 y 5 que albergaban a la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo del Gobierno del DF, en la que despachaba la perredista Amalia García Medina de la que, por cierto, nada se sabe, además de más de un centenar de trabajadores.
En la GAM colapsó una torre habitacional, un edificio que albergaba a varias decenas de familias. Y todo eso, poca atención ha merecido de los grandes medios empresariales de comunicación.
Como haya sido, en todos los casos, al igual que en 1985, ha sido muy grato, muy edificante comprobar que la solidaridad de la ciudadanía es fundamental, ha estado a la orden del día: brazos, manos, transportes, comida, medicamentos, palas, picos, herramientas, guantes de carnaza, agua y hasta sandwiches y tacos.
Jóvenes y no tanto, a pie o en vehículo, en diablitos o en carritos y hasta en bicicletas; con costales a cuestas, llenos de ayuda humanitaria, de solidaridad, de amor por el prójimo en desgracia; con polines para el sostén de las estructuras colapsadas.
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