Es un sector al que le quedan, en cambio: la amargura, el resentimiento, un odio visceral y unas ganas inmensas de venganza, de revancha… de un mínimo de desquite. Y no se ve en ese sector de mexicanos una figura o una voz con un poquito de sensatez que llame a la reflexión o al auto análisis de lo que les salió mal.
Aquí la pregunta es: ¿tienen algo que ofrecerle a la Nación luego de dos aplastantes y sucesivas derrotas tan contundentes y dolorosas como el nocaut que Juan Manuel Márquez propinara a Manny Pacquiao?, con el agravante de que, en el caso de la política mexicana, la 4T se los hizo ya dos veces.
Y la pregunta es pertinente porque lejos de escuchar una convocatoria a emprender una suerte de congreso, foro o seminario o algo de lo que pudieran surgir propuestas políticas nuevas, lo que se ve es una empecinada actitud por sostener acusaciones sin sustento, por mentir, por magnificar yerros o desaciertos del Ejecutivo; por insultar y descalificar.
Parece que ese sector político se ha casado con aquella idea que en 2006 les vendiera el español Antonio Solá, una idea basada en el miedo –y cuanto más irracional, mejor-, aquella de que “AMLO es un peligro para México”, una afirmación que prescinde de la argumentación y a partir de la cual, se han venido construyendo mentira tras mentira los últimos seis años:
Que si México se iba a parecer a Venezuela; que si AMLO iba a ser una copia de Maduro; que iba a haber una debacle de devaluación, inflación y un éxodo de capitales como el país no había visto nunca antes, jamás; que íbamos a convertirnos en una dictadura militarista y caminaríamos derechito a la cancelación de libertades y a la ingobernabilidad.
Y quién sabe cuántas sandeces más.
El tabasqueño, a punto de partir, ha dejado, en cambio, como parte de su legado el que a partir de ahora quien quiera hacer política tendrá que hacerlo de nueva forma: lejos de los grupos de poder y cada vez más cerca de la población, conocerla, saber de sus demandas y aspiraciones, abanderar sus causas.
Y ha rescatado para orgullo de todos los mexicanos –incluso la de aquellos que lo han denostado- el que la dignidad de México, está en la defensa de su soberanía nacional: ha dicho fuerte y claro a los mandatarios de las naciones más poderosas que México tiene voz propia, que rechaza y condena todo tipo de presiones y que las decisiones sobre su futuro son exclusivamente de los mexicanos a través de su gobierno. Y de nadie más.
Andrés Manuel López Obrador, el mejor Presidente mexicano después del general Lázaro Cárdenas, ha dejado, empero, asuntos pendientes: claramente, nuestro sistema de salud no es mejor que el de Dinamarca; el país está lejos de la pacificación; aún no hay conclusión satisfactoria en el tema Ayotzinapa; está pendiente la justicia para los trabajadores de la desaparecida Notimex. Y la justicia avanza lenta para castigar a los responsables del mega fraude en Segalmex.
El asunto de la reforma al poder judicial ha sido un tema que sobre todo requiere de un constante esclarecimiento. Fue una decisión cuyos efectos mediáticos y propagandísticos, por parte de la oposición, el gobierno de la República desestimó y dejó crecer, incluso fuera de nuestras fronteras. Y al que sólo recientemente comenzó a abordar con mayor seriedad.
Con todo, el tabasqueño no deja una cauda de “inexplicables” y nuevos ricos; tampoco existe una economía que se sostenga con alfileres; por primera vez en la historia, el peso se revaluó; el empleo se recuperó, la pobreza se redujo y dejó en claro que hay más que una receta neoliberal para mantener el orden en las finanzas públicas, algo que incluso cuenta con el reconocimiento de la comunidad internacional.
Hubiera sido muy grato y muy satisfactorio que sus opositores hubieran colaborado de alguna manera en todos estos logros y en algunos otros de los que quedaron pendientes.
Está claro que ser propositivos no es lo suyo. Y por lo que se ve, el amor por México, tampoco.
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