Difícil, muy difícil la tendrá Kamala Harris al enfrentarlo para las elecciones del 5 de noviembre. Tendrán de nuevo un presidente grosero, intempestivo, rabioso contra los elementos que vulneran su idea de grandeza nacional. Después de la oreja de Van Gogh, la de Trump será recordada como el trofeo de la América Poderosa (cualquier cosa que ello pudiera significar). Rechazo a los inmigrantes, defensa a ultranza de los intereses de Washington, repudio a las importaciones que vulneran la economía nacional.
Ha sido como los golpes a tres bandas en las mesas de billar. Un efecto admirable aunque no del todo esperado. Matthew Crooks, el frustrado magnicida que recién había cumplido los veinte años, nunca imaginó las consecuencias que su mala puntería iban a provocar: la renuncia de Biden, el lanzamiento de Kamala, la glorificación de un presidente millonario y fanfarrón. Estuvo a punto de incendiar un país en una conflagración civil de alcances inimaginables. Afortunadamente, y por poquito, le falló el tiro.
Los magnicidios suelen tener efectos inesperados. La primera Guerra Mundial fue resultado del asesinato del príncipe heredero austríaco Franz Ferdinand, el 28 de junio de 1914, y la transición democrática de España fue efecto del atentado terrorista que sufriera el presidente de gobierno Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973, cuando la decrepitud del caudillo Francisco Franco era evidente.
Decrepitud, hemos dicho, y los resbalones de Joe Biden, junto a sus desvaríos en el debate presidencial, no han hecho más que sumarse al empoderamiento épico del millonario neoyorquino. Lo inminente es que la presidenta Claudia Scheinbaum deberá convivir con un vecino patán que culpa de todo a los inmigrantes (por cierto que ilegales) que cruzan el río Grande.
Los historiadores cuentan que el presidente Ortiz Rubio, cuyo antecedente era fungir como embajador en Brasil, se quejaba siempre de eso, el “trauma psíquico”. Tuvo que apocarse ante el poder que ejercía el Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco E. Calles, con la insultante sentencia de que “en Chapultepec vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”… pues el general Calles residía bajo del Castillo, en la colonia Anzures, donde acudían a despachar ministros y gobernadores.
Ahora será distinto. El decrépito se retirará a su modesta finca en Wilmington, Delaware, sin necesidad de enviar una carta de renuncia en la que aluda como causa de la dimisión su quebrantada salud. Cosas veredes, Sancho.
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