El video captado por un dron, que descubre la intervención de elementos de la Secretaría de Marina, en la supuesta escena del crimen, debió haberse conocido desde el inicio del sexenio en curso; el Presidente Andrés Manuel López Obrador firmó un decreto en ese sentido.
Pero tuvo que pasar la primera mitad de su gobierno para que la orden presidencial fuera acatada y los videos y la documentación respectiva –esto es: transcripción de llamadas telefónicas intervenidas, testimonios y partes militares- fueran entregados a los familiares de los normalistas y a sus expertos médicos forenses.
Y eso, sólo hasta después del manotazo presidencial y tras de que los familares de los normalistas desaparecidos, le hicieran notar –según reportaje de la revista Proceso, número 2370- que si bien él da las órdenes, los militares, no le obedecen.
Y ante estos hechos uno no tiene más remedio que pensar: ¿dónde y cómo quedó la lealtad?
Hasta ahora ha resultado claro que el Presidente de la República ha depositado su confianza en el instituto armado no solamente porque es el que construye las obras emblemáticas de su gobierno, sino también porque a éste le ha encargado el futuro de las mismas.
Pero conviene reflexionar: ¿qué tan acertada habrá sido la decisión de confiar el futuro de la Cuarta Transformación a las fuerzas armadas, si al interior de éstas hay quienes la sabotean, le ponen obstáculos y de plano se conducen por cuenta propia, hasta en tanto no haya un manotazo presidencial?
En pasados gobiernos fueron tantos los asuntos de violaciones a derechos humanos así como de complicidades con la delincuencia organizada en que estuvieron involucrados elementos castrenses –y tan poco lo que se esclareció al respecto-, que dicha lealtad pareció más bien patente de impunidad, simulación y complicidad.
Ojalá pronto se sepan los nombres de quienes optaron por ignorar la orden presidencial para esclarecer el asunto Ayotzinapa y enfrenten las consecuencias legales de sus actos. Ojalá y nadie les ofrezca el manto de impunidad…
Habría entonces un signo de evolución política, muy saludable para estos atribulados tiempos de transformación.
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