No obstante la fuerza de la opinión publicada, más del 80 por ciento de las y los mexicanos aprueban las gestiones del actual gobierno, conforme a la información proporcionada por diversas casas encuestadoras.
Lo anterior no demerita las voces opositoras ni se postula estén carentes de razón. Por el contrario, muchas de sus críticas y posicionamientos han sido clave para la toma de decisiones del gobierno en turno, cumplen así el honroso papel que les corresponde y cuestionan con severidad y contundencia.
Así, destaca la fuerza que viene cobrando un grupo de analistas y opinadores, experto o no en el terreno político, quienes en forma reiterada se expresan con un discurso basado en conceptos que parecen empezar a tomar distancia de la realidad que pretenden interpretar y explicar.
En su afán de combatir mucho de lo que hace y dice el actual titular del Poder Ejecutivo, recurren a un andamiaje conceptual anacrónico de la política y pierden de vista que puede ya no ser suficiente para explicar y comprender la realidad a la que asistimos.
Desde el pasado siglo José Woldenberg, señalaba la necesidad –decía– de ajustar nuestros espejuelos conceptuales para lograr una mejor comprensión de los fenómenos que tenemos a la vista hoy día.
De igual forma, el politólogo alemán, Norbert Lechner, sugiere, en uno de sus últimos trabajos –Las sombras del mañana– la necesidad de aceptar que los mapas mentales y conceptuales construidos, empiezan a perder, al menos parcialmente, su utilidad para explicar y comprender los fenómenos sociopolíticos contemporáneos.
Formados en una larga tradición de cómo hacer y entender la política, es comprensible su apego a cierta lógica política muy útil para entender el pasado reciente. En este contexto, quizás sea el momento de afrontar que hoy se intentan recrear nuevas formas de hacer política desde el gobierno en turno y su análisis y valoración requiere de un ejercicio significativo, revisando las explicaciones y términos utilizados, para no terminar en el terreno puramente especulativo.
Podría ser caso de un grupo de militantes experredistas, que decidieron no acompañar a López Obrador, porque afirman que en esencia el mandatario aplica políticas keynesianas.
En estos términos, podría plantearse, en consecuencia, que un sector de la oposición está interesado en desacreditar buena parte de las acciones y decisiones que se toman, con el uso de un entramado conceptual anquilosado, quizás propio de aquella realidad que vio florecer al partido hegemónico priísta, bajo el que vivimos por varias décadas (1929 – 2000 y 2006 - 2012).
Aun tímidamente, algunas voces han empezado a sugerir el no hacer juicios ni valoraciones apresuradas, teniendo como único marco de referencia las explicaciones del pasado inmediato.
Quizás sea necesario reconocer que el aparato conceptual construido empieza a erosionarse y tal vez pueda pensarse en una vertiente distinta y positiva de la política, donde el acuerdo, el diálogo, el consenso, la negociación, la transparencia, la honestidad, la ética y muchos otros valores que suponíamos ajenos a la política empiecen a marcar otros rumbos a la vida política del país.
Tal vez parezca ingenuo suponer que esto podrá darse en el corto plazo. En realidad hace falta que las acciones y decisiones emprendidas por el nuevo gobierno empiecen a germinar y dar frutos y, un buen augurio, es que fue posible sacar por unanimidad la reforma constitucional relacionada con la Guardia Nacional; lo anterior indica que si pareciera posible concebir una vertiente más cercana a los valores democráticos de la política, ajena a la tranza, la corrupción, el cochupo, la traición, el gatopardismo y la simulación entre muchas otras.
Lo positivo de todo esto, es que en este mar de conflictos propios de todo sistema político democrático, se habrá de perfilar el tipo de régimen político que se viene construyendo socialmente.
Dar paso a nuevas formas de hacer política, que quiere y pretende ser distinta a la que miramos por décadas y cuya consolidación será un proceso tan lento y tortuoso como se quiera. Al final, más del ochenta por ciento de la población otorga su voto de confianza al gobierno en turno, incluyendo sus desatinos, contradicciones y más. Lo deseable es que el porcentaje restante no se quede rezagado inmerso en un dogmatismo conceptual que no corresponde ya a la realidad contemporánea.
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