Que el tricolor en los últimos 72 años sólo se ha adecuado cosméticamente, que no supo leer las lecciones de los años 1968, 1988, 1997, 2000, 2006 y 2012; que “tenemos que aprender de las grandes lecciones, cuando nos cerramos no entendimos los cambios de la sociedad; la sociedad se abrió y nosotros nos cerramos”, dijo contundente el ahora ex dirigente nacional priísta.
Dijo más: “quiero un partido donde las cúpulas no decidan; que decidan sus militantes. Quiero un PRI donde sus militantes nombren a sus candidatos y a sus dirigentes; ¿cómo vamos a devolver el poder al partido? ¿Cómo construir un partido para luchar por el poder, para servir a la gente, y no un partido para servir al poder?”.
Y en su diagnóstico, sostuvo: “Veo a un PRI alejado de sus bases, que reclaman cercanía de su dirigencia y demandan respeto; veo un partido en el que se ha infiltrado la simulación y demanda democratizar sus procesos internos y la toma de decisiones”.
Y a estas alturas la dupla Ruiz Massieu-Moreira han de estar considerando qué tan conveniente sería que en San Lázaro su eventual coordinador, Juárez Cisneros, encabezara una transformación del PRI que responda a los reclamos de sus bases y, como éste dijo en su renuncia, que luche por el poder para servir a la gente y no para servir al poder.
Al margen del papel que finalmente le toque desempeñar a René Juárez Cisneros –en la más que necesaria transformación del PRI-, las preguntas son: ¿al país le sirve un PRI como el que ahora se perfila de vuelta a la oposición?
¿Le sirve una oposición priísta que sigue siendo cupular, que ya no tiene ni siquiera gobiernos estatales fuertes, como en el 2000 y el 2006?; ¿qué tipo de oposición será?, ¿una dedicada a torpedear, a golpear, a desacreditar, a negar el diálogo y el entendimiento?
¿Puede un PRI –con un Salinas de Gortari tras bambalinas- ofrecer otra cosa al país?
Es claro que la estrepitosa derrota del tricolor lo pone ante la disyuntiva del renovarse o morir. Y pese al descrédito que lo llevó a la debacle, hay en sus filas gente valiosa, militantes de base y dirigentes medios de convicciones fuertes por la democracia, gente con conocimiento y experiencia que ha sido relegada al anonimato.
Pese a todo, el PRI tiene capital político, tiene algo qué ofrecer a la Nación. En el tricolor es momento de definiciones y la militancia que le queda, tiene la palabra.
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