“…la izquierda institucional está tan embriagada celebrando un triunfo, que todavía no tiene en la mano, que no se da cuenta por dónde viene el fraude. Y no tiene un plan B…", dijo el líder zapatista durante el encuentro Miradas, escuchas, palabras: ¿prohibido pensar?, efectuado en el Centro Indígena de Capacitación Integral (Cideci)-Universidad de la Tierra Chiapas.
Ciertamente son ésas las conclusiones a las que también llega el común de la gente: una ciudadanía curtida en la desconfianza, la incredulidad y el fatalismo a la que, sin embargo, le sobran razones para pensar así, más cuando la terca realidad no hace sino abonar al pesimismo.
Está documentada, por ejemplo, la sumisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, a la Presidencia de la República, dadas las irregularidades y el desaseo que marcaron el proceso de designación de algunos de sus magistrados, según develó el número 2163 de Proceso, un reportaje de Jenaro Villamil.
Las filias partidistas de los magistrados que aprobaron la inclusión de El Bronco; su inexperiencia en el derecho electoral y los millonarios privilegios de que disfrutan, una condición a la que, desde luego, no habrán de renunciar y que, por el contrario, sabrán muy bien cómo preservar.
El mismo López Obrador advirtió la posibilidad de un nuevo fraude, cuando dijo: si de nueva cuenta se atreven, él no amarrará al tigre, una frase que refleja no sólo su certidumbre sobre un tercer chanchullo, sino también su renuncia a contener la violencia.
Independientemente de que se trate de una amenaza, lo cierto es que esta vez no parece quedar mucho de la legendaria y hasta inexplicable paciencia conformista del mexicano aguantador, ésa que pase lo que pase, se resume en la conocida frase: “no pasa nada”.
Desde el primer robo descarado de la Presidencia, en 1988, cuando la caída del sistema, pasaron ya 30 años, los mismos en que la constante ha sido la polarización de la sociedad en dos bandos: los que están a favor o en contra del cambio verdadero.
Han sido tres los decenios de una cada vez más profunda división de la sociedad en los que básicamente ha proliferado tal odio, que no hay en este momento espacio ni voluntad alguna para escuchar al otro, menos para no verlo sino como enemigo.
Y es que desde aquella primera vez en que se sintieron desafiados y casi pierden la Presidencia, los de la élite supieron que de su lado están muchos decididos a luchar contra el cambio. Fueron desde entonces sus aliados legiones furibundas de iracundos e intransigentes que, lejos de escuchar, prejuzgan, condenan, descalifican y denuestan contra todo lo que amenace los privilegios de la élite que defienden.
Una actitud, por cierto, incomprensible, ésta, la de defender un status quo, que no es sino un enorme pastel del que, sin embargo, poco o casi nada obtienen, apenas migajas: una chamba, acaso una aviaduría, una charola o credencial; una tarjeta de presentación de algún importante funcionario de estos privilegiados, la cual al furibundo le sirve para desempeñarse como gestor o intermediario y, claro, obtener algún ingreso.
Pero las rebanadas del pastel que defienden y del que sólo ésas moronas les tocan, incluye el otorgamiento de multimillonarios contratos en dólares; cientos y hasta miles de millones de pesos del presupuesto desviados impunemente de sus objetivos originales; el pago de guardaespaldas, choferes y hasta de aeronaves, con todo y tripulación.
Llamadas telefónicas, vales de gasolina y bonos, mensuales o trimestrales; sueldos de cinco o seis cifras y el pago de servicios médicos particulares, tanto en el país como en el extranjero; viajes en jet comercial, first class, desde luego, o privados, con acompañantes, aún si no son de su familia, e incluso, sin importar si se trata de viajes oficiales o de vacaciones y, desde luego, también a países extranjeros.
Todo esto ha sido publicado; es conocido por la opinión pública; no ha sido desmentido. Y sabemos incluso que cuándo se ha iniciado una investigación, ha sido detenida; sabemos que los responsables no han sido sentenciados y, en cambio, hasta podrían salir de la cárcel; algunos más, ni siquiera han sido tocados.
Todo esto no hace sino azuzar a un tigre que si bien no está suelto, bien podría liberarse por sí mismo, sobre todo cuando las amarras que lo detienen se han desgastado y la paciencia, se le ha agotado. ¿Hace falta decir cómo reaccionaría entonces?
Deja un comentario