Picardía Mexicana, fue desde su aparición, un texto elusivo que “le dio la vuelta” a la Liga de la decencia, institución que le colocó un taparrabos a la Diana Cazadora y logró que se volviera ineludible la figura de El gallito inglés.
Ahora, en los tiempos de plenitud de las redes socias, este texto fundamental, es como un libro revelador de los secretos del albur, de los sitios que fueron “de rompe y rasga”, que afortunadamente reeditó la casa empresa editorial RM en una versión facsimilar para festejar los 100 años de nacimiento del autor coahuilense, que incluyó en la primera edición, comentarios de Alí Chumacero, Alfonso Reyes y Antonio Alatorre; así como ilustraciones de Alberto Beltrán y Leopoldo Méndez.
Armando Jiménez, hijo del autor mejor conocido como El Gallito Inglés, explica: “Picardía mexicana fue el libro más leído en su época, siempre tuvo sus detractores, fue tema de debates a lo largo de muchos años, pero podemos hablar de números fríos. Ciertamente tiene publicadas 143 ediciones comerciales promediando 22 mil 500 ejemplares por cada edición, las primeras impresiones fueron menores porque llegaron a haber 40 y 50 mil ejemplares, números que eran rarísimos en los años setentas y principios de los ochentas del siglo pasado”.
Al respecto, existe un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México y algunas ediciones posteriores a la primera (1960), incluyen y demuestran que Picardía mexicana fue leído en promedio por 11 personas: el comprador, su familia y sus amigos.
Además fue un libro muy robado, prestado y extraviado. Durante más de 40 años siguió publicándose y probablemente, según el hijo del autor, en su momento fue equiparable a la cantidad de lectores que por obligación leyeron una parte del Quijote, aunque matizó que ya es historia si fue o no el más leído.
En 1960, cuando se publicó el libro, el éxito que produjo sorprendió al autor. Eran tiempos en que tenía mucho poder la famosa Liga de la decencia, la que le puso ropa interior a la Diana Cazadora; esa liga prohibía el sexo y las malas palabras en el cine, teatro y obras literarias. Eran tiempos de censura muy fuerte en revistas, en las carpas populares donde se presentaban los cómicos. Como resultado, la mitad de las películas de los 70 estuvieron enlatadas uno o dos sexenios después de rodadas.
Armando Jiménez, hijo, recuerda: “Pero mi padre tuvo la suerte de ser prologado y de compilar opiniones de lingüistas, filólogos, filósofos, de gente renombrada de la cultura que lo acompañó en Picardía mexicana, él puso como anexos los textos y detuvo un poco la censura porque meterse con el libro era meterse con esas personalidades. Mi padre se sentía orgulloso de que se pudiera hablar de la censura antes y después de Picardía mexicana”.
De acuerdo a quienes le conocieron, Armando Jiménez disfrutaba igual de una plática con sus amigos Gabriel García Márquez y José Luis Cuevas, que con los albañiles y bodegueros. “Era muy abierto, no le importaba la condición social ni cultural, pensaba que cada uno tenía algo que aportar porque esa visión del albur, la broma y el chiste era igual de enriquecedora para el lenguaje”, dice el hijo de El Gallito Inglés.
El autor de este libro fundamental, trabajó los últimos 15 años en una crónica de sitios de rompe y rasga de la Ciudad de México. Era un libro muy ambicioso, que terminó, pero no publicó, así que la siguiente meta es encontrarle un mecenas. Jiménez padre publicó 11 libros, los últimos fueron de crónicas, pero toda la cultura underground, los prostíbulos, billares, cantinas, pulquerías están en ese libro que de tanto pulir no lo pudo ver impreso, de acuerdo a su hijo.
Para él, la vida de su papá tuvo cuatro fases muy marcadas: la del deportista, la del arquitecto, la del conferencista y la del escritor. Antes de hacer libros, fue deportista de hueso colorado: practicó el atletismo, ciclismo, ping pong y alpinismo.
Su vástago recuerda: “Estudió arquitectura, pero desde el primer día decidió dedicarse a la arquitectura deportiva y esa es la segunda etapa de su vida. Fue un arquitecto muy exitoso haciendo construcciones deportivas, desde canchas en parques municipales, hasta estadios olímpicos como el de Helsinki, Finlandia; también colaboró en el Estadio de Ciudad Universitaria con su colega Pedro Ramírez Vázquez y colocó el sistema de drenaje de la cancha del Estadio Azteca”.
Además, El Gallito Inglés convivió con gente de la construcción, quienes le abrieron el panorama del lenguaje popular. “Se dedicó al folklor y al albur, es decir, el lenguaje del mexicano de a pie y esa fue su última etapa. Con el tiempo escribió algo que era reto personal y que sin querer, terminó siendo un éxito. Ya al final de su vida, se dedicó a hacer muchas crónicas de la información que había compilado en sus 40 últimos años”, dice el Jiménez hijo de quien no sólo conoció la Ciudad de México por lo bajo, también por lo alto.
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