La joven reportera, Danielle Dithurbide (@daniellemx_), fue abandonada a su suerte: no tuvo quién la guiara, quien jalara la rienda a sus ímpetus reporteriles: nadie en esa empresa le hizo notar que le faltaba responder a la pregunta fundamental. Nadie, ni el Jefe de noticieros ni el de información general. Por el contrario, Denisse y Carlos se frotaron las manos por el capital de audiencia y de fama pública que les esperaba. Y ahora sabemos que sí, que son ídolos pero con píes de barro.
Hay que decirles, por cierto, a los fatuos conductores estelares de esa empresa que la pronunciación correcta del nombre del educador suizo, en cuyo honor se fundó la escuela siniestrada el pasado Martes 19, es Rébsamen, acentuado en la primera “é” y no Rebsámen, como reiteradamente lo pronunciaron tanto Denisse Merker como Carlos Loret de Mola durante las largas 10 horas de su engañifa en aras del rating.
Hay que lamentar también que un espacio de alternativa noticiosa, el de Carmen Aristegui (@aristeguicnn), en internet, diera el mismo seguimiento al caso, es decir, se enganchó con el engaño de Televisa y cometió los mismos pecados. Lamentable, aunque a diferencia de la poderosa empresa, Carmen se disculpó y sus reporteros también; no culparon a la Secretaría de Marina y aún reconocieron que había caído en la inercia mentirosa.
Lo cierto es que este “borregazo” -término periodístico original al petulante fake news o postverdad de la era Trump- ha sido consecuencia de una falla fundamental del gobierno mexicano, incluído el de la Ciudad de México: no hay, no ha habido hasta este momento, luego de cuatro días de ocurrida la tragedia, un estrategia efectiva y congruente de comunicación social.
Nadie que transfiera información a los medios o la ciudadanía sobre las cifras de muertos, desaparecidos o heridos; de cuántos son hombres o mujeres; del número de voluntarios, nacionales o extranjeros; de la ayuda recibida, del equipo utilizado; de las donaciones en efectivo o en equipo; de lugar donde procede la ayuda, de qué estados o países; o si es de particulares, empresas, gobiernos o asociaciones civiles.
La información ha sido un verdadero un caos; así, literal. Y la poca que es mínimamente verídica, es proporcionada por los familiares de las víctimas; por voluntarios e, incluso, por iniciativas dispersas de instituciones como Locatel o alguno de los hospitales privados. Las redes sociales colaboran, pero es una opción que hay que tomar con pinzas porque suelen escandalizar banalidades.
No queda claro si este maremágnum desinformativo sea consecuencia de la ineptitud de los gobiernos o si sea deliberado, esto es, como una política de gobierno o protocolo a seguir en casos de emergencia para impedir que el control de la situación pase a manos de la ciudadanía, de la sociedad civil: que así sucediera, significaría permitir que la sociedad tomara el control y el poder en sus manos.
Lo cierto es que un rescatista fue capaz de engañar a la reportera de un poderoso medio informativo con una versión -un cuento, pues- que tendría que haber sido desbaratada en dos patadas. Lo cierto es que el periodismo mexicano se encuentra ante un formidable reto para recuperar credibilidad y demostrar profesionalismo, pues no sólo cayeron Televisa y Aristegui, sino también los medios que los siguieron en televisión, radio, medios impresos y digitales.
Y, más que nada, porque el periodismo mexicano se encuentra ante un gobierno rebasado que, si no es incapaz, es maquiavélicamente perverso y muy eficiente manipulador.
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