El siguiente texto fue redactado por el autor para formar parte del Libro El boxeo como arte y Drama, próximo a ver la luz. Pero como el ex pugilista perdió una larga batalla contra el cáncer y murió a los 75 años, el mundo del boxeo está de luto, se reproduce el texto. En los últimos tiempos el Sugar Matancero vivió anclado a una silla de ruedas debido a una fractura de cadera. En el año 2001 Ramos fue inmortalizado al ingresar al Salón de la Fama del Boxeo Internacional y ahora, se reproduce una extensa crónica sobre los aspectos más sobresalientes de su vida.
Ernesto Soto Paez
“¡Rapidez, Rapidez! ¡Que lo he matado, lo he matado!”, gritaba el joven Ultiminio Ramos cuando regresaba a su esquina, mientras que en la otra los seconds de José Tigre Blanco trataban de reanimarlo, de volverlo a la vida, lo cual ya no lograron; cinco años después, se repitió la historia en los Ángeles, California, esta vez mató a Davey Moore, cuando le disputaba el título mundial pluma; desde entonces, hace 59 años le acompaña la muerte y ya no pudo dormir nunca solo, además de “sentir otras presencias”.
Ultiminio Ramos y Sequeira nació en diciembre 2 de 1941 en Matanzas, Cuba, una región cañera, donde desde niño empezó a boxear como aficionado y a veces por unos centavos en peleas de botana. Entonces, quienes le querían hacer enojar le decían El niño, lo cual le enfurecía hasta terminar liándose a golpes con sus ofensores.
Hoy es bien recordado en México y en el oriente de Cuba, y por ser el centro de escándalos ligados al boxeo. El Sugar fue un boxeador de otra época, de los tiempos en que los hombres estaban hechos de otro barro, y en los que en cada pelea se disputaba, más que un título o una fortuna, todo era por el honor y la oportunidad de ser alguien grande y el matancero lo logró, ya que le dio el gusto a sus padres de ser campeón del mundo. Y tan fue y es de otro barro que se le recuerda por ser un hombre valiente, siempre adelantando el torso y golpeando rudamente a sus rivales con ese don que Dios le dio para ser un golpeador anestesiante.
Aunque su papá quiso que fuera boxeador y que le regalara un cinturón de campeón mundial, el Sugar, entró al pugilismo siguiendo los pasos de uno de sus hermanos José, que incursionó en el ring sin mucha suerte.
El también llamado Ulti fue como un guerrero mambi que en cada duelo dejaba algo de si, por lo que cuando bajaba de los cuadriláteros ya no era el mismo, había gastado cierto porcentaje de sus facultares, y sus rivales sufrían la misma suerte o peor: algunos bajaron “tocados”, como se conoce en el argot boxístico a quienes perdieron facultades mentales y físicas en duelos cerrados, en peleas de callejón, para no volver a ser los mismos.
“La pelea que tuve con Floyd Robertson, en África fue terrible y ahí nos acabamos los dos. Robertson fue uno de los que me tumbaron bien a la lona, pero después de ese encuentro Robertson ya no fue el mismo… ni yo. Yo me acabé a varios rivales, el japonés Mitsunori Seki, fue otra de mis víctimas”.
Por ello, después de haber estado en el pugilismo desde su niñez, su filosofía es llana, pero acertada: “La vida es ir para adelante, abrir camino, arrancar cabezas… mi champion”, y se acuerda de esos días de duras contiendas, cuando tras un combate podían terminar orinando sangre por varios días y cuando le suplicaban al réferi que no pararan el combate a pesar de las heridas sangrantes en el rostro tumefacto.
“El box es un arte, una decencia tan linda de saber tirar un jab o un swing. Ahora da lo mismo dar trompones, pero ese no es el asunto, lo importante es saber tirarlos. El boxeo es dar y que no te den, si das más vas a ganar, pero hay que saber darlos, no tirar manotazos, cachetadas. Hay que hacerlo como se debe, como antiguamente se hacía, en los 50, 60, cuando éramos artistas, grandes peleadores.”
Hoy, a más de diez lustros, es un soñador de tiempo completo que vive y disfruta el boxeo, que lo comparte con la pasión por el son cubano, el baile y por la ropa de buen gusto, pues nunca se le ve sin traje, aunque la corbata la luce sin nudo y siempre lo acompañan unos lentes oscuros. Como buen matancero es suelto al decir algo, es alburero, de sonrisa fácil y con un rostro donde chispea la felicidad de haber salido bien librado de un deporte tan rudo que pelea a pelea se iba dejando parte de la existencia física y hasta mental.
Este hombre que luce un cuerpo esbelto, de tez oscura, al cual las arrugas se le caen de la cara porque se juntaron con viejas heridas, nunca deja de lucir su anillo de oro que le dieron cuando ingresó al Salón de la Fama del Boxeo Mundial y así vive ahora su vida, lejos de los encordados pero cercano a la profesión que le dio todo hasta ahora, cuando ya supera los 74 años.
Esta es su historia
“El más grande amigo, el hombre más maravilloso que he conocido, ese ha sido mi padre, Lázaro Ramos Betacourt, del cual diré que él fue el que me inició en el pugilismo. En mi casa fuimos diez hermanos, pero en total tuve 32, ya que mi papá tuvo dos esposas más, y con ellas también tuvo muchos hijos”, plática Ultiminio Ramos.
Un día en Matanzas, cuando era niño, vio llorar a su padre porque nadie en la familia conseguía convertirse en un chingón, por lo que el pequeño Sugar, que trabajaba como limpiabotas para ayudar en la casa, le juró que sería el mejor del mundo.
Otra figura importante en su vida fue su madre doña Demensia Sequeira Vega, a quien también le gustaba el boxeo, y que tenía que hacer lo imposibles con el poco dinero que había. Por ello, para ganarse algunos centavos, él y sus amigos robaban mangos, para venderlos. “También fui limpiabotas, y más tarde zapatero. A mi padre le encantaba el boxeo. Llevaba boxeadores a pelear a la playa de Varadero y un día cuando estaba yo en una esquina dando grasa, pasó por mí y me dijo: ‘¿Quieres pelear?, falta un boxeador y la pelea es ahora mismo’. Así me inicie en el boxeo, cuando tenía 12 años”.
Aun siendo niño mostró cuatro cosas que gustaban al público: su valentía, su fuerte pegada, su aguante y su buen juego de piernas, por lo que desde un principio adquirió la fama de noqueador. “Como amateur sostuve 105 peleas. A los 15 años me convertí en profesional”; en sus inicios como profesional, el matancero, recuerda un combate que tuvo contra el experimentado Augusto Narváez, en La Habana: “Desde mis primeros encuentros demostré que golpeaba fuerte. Pronto me hice fama de ponchador. Una vez me enfrentaron a ese pugilista, y durante varios rounds le pegué como quise”.
En los terrenos del estadio de beisbol, Campo Marzo, en Matanzas, hubo un gimnasio donde Ultiminio comenzó a boxear con gente de mayor peso, casi siempre. Aunque no tenía quien lo enseñara, un día que hubo una función de boxeo al que asistieron varios notables boxeadores profesionales, Ultiminio decidió, a partir de esa fecha, vivir de este rudo deporte, por lo que su padre habló con el ex boxeador español, Mariano Arilla, para que lo entrenara. Así comenzó la carrera del barretero anestesiante que sería campeón mundial en la división de los plumas, el 5 octubre de 1957 y la finalizó en abril de 1972. Fernández, quien lo llevó a pelear a la Habana. Este hombre fue quien le dio el toque final al joven pugilista relacionándolo con el mundo del pugilato.
Siempre de la mano de Benito Fernández, el muchacho ascendió a estelarista. En 1959, teniendo como manager a Kid Rapidez se confirma como una promesa del ring, a pesar del resultado fatal de la pelea con José El tigre Blanco, a quien noqueó en ocho rounds y como consecuencia de los golpes falleció.
Cuando Ultiminio Ramos golpeó al Tigre Blanco no encontró resistencia al impacto. Era como si el puño se encajara en “una bola de vapor o de humo”, por eso sabía que la pelea no iba en buenos términos. Volvió inmediatamente a su esquina y le dijo asustado a su mánager Kid Rapidez que lo había matado.
“Ese muchacho desde que cayó a la lona, ya iba sin conocimiento. Lo sacaron conmocionado, y poco después murió”.
Entonces no sabía que vendría otra muerte, cinco años después, esta vez en el legendario estadio de beisbol Chávez Ravine de Los Ángeles, California donde debido a los golpes falleció el afroamericano Davey Moore, cuando exponía su cetro mundial de peso pluma. Irónicamente fue su noche de mayor gloria pues conquistó el título pluma del CMB y pudo cumplirle la promesa hecha a su padre de un día entregarle un cinturón de campeón del mundo.
“Tenía 15 años, era un chamaco y donde quiera me parecía que veía al Tigre. Desde ese día empecé a dormir con alguien y hasta la fecha no puedo acostarme solo. Eso me pasó hace mucho tiempo, pero como me decía mi papá: ‘todo va pasando, tú no tienes culpa, si en vez de él hubieras sido tú… así es el deporte’. No es como que tú agarres a uno y le des un tiro. Además pienso en aquel dicho. Antes que yo, que sea él”, recuerda el ex campeón, a propósito de la mayor tragedia que puede vivir un peleador: matar al rival.
En 1958 Ultiminio tenía ya una reputación indiscutible de noqueador, con siete triunfos seguidos. Dirigido por Benito Fernández, el muchacho ascendió a estelarista, y un año después se confirma como promesa del ring no obstante el resultado fatal de la pelea con José El tigre Blanco, cuyo desenlace fúnebre se presentó en el octavo round de una pelea pactada a diez giros.
Confiesa que, por única vez en su vida pensó en el retiro, pero la mamá del peleador fallecido le reclamó: “¡Cómo que te vas a retirar! Si mi hijo lo que quería es ser alguien grande”. Por esa razón continuó su carrera y cuando consiguió el campeonato nacional pluma en Cuba se lo dedicó al difunto, porque “lo había ganado él y no yo”, dice Sugar Ramos.
En enero de 1960, cuando el boxeo profesional no había sido prohibido aun en Cuba por Fidel Castro, Ramos pelea contra Orlando Castillo por el campeonato cubano de los pesos plumas, y lo vence. Ya como campeón, logra siete victorias por nocaut, en línea. Su primera salida al extranjero fue en enero 23 de 1961 noqueando a Jesús Santamaría, en Ciudad de Panamá.
A México llegó a fines de los años cincuenta, junto con el establo de Cuco Conde, quien trajo a un puñado de campeones mundiales en ciernes como: Luis Manuel Rodríguez, José Legra, Baby Luis y José Ángel Mantequilla Nápoles. En México prosigue su cadena victoriosa manteniéndose invicto con solo dos empates en su foja, pero perfilándose ya como un serio aspirante a la corona de la división de los plumas.
Acá derrotó a pugilistas más experimentados como Baby Vázquez, Eloy Sánchez, Rafui King, hasta que llegó el día grande de su pelea por la corona mundial frente al norteamericano Davey Moore, en Los Ángeles, California.
“Para mí fue desastrosa aquella noche que me convertí en campeón mundial, no pude disfrutar la victoria, al saber que había muerto mi rival, Davey Moore, eso me afectó emocionalmente y ya no pude olvidar”.
Noche de gloria y drama
Davey Moore declaró en un periódico que Ultiminio Ramos iba a Los Ángeles a llevarse el campeonato para México, pero para hacerlo tenía que matarlo… y se murió. Cosa del destino. “Como que éste ya decía que yo iba ser grande, y por desgracia en ese tiempo el que era campeón del mundo era Moore y yo el que estaba arrancando cabezas a todo el mundo por fuera.
Ya en el combate, luego de que él me pegó me fui para mi esquina en zigzag, y en el descanso de ese octavo round, Cuco Conde dijo que quizá lo mejor para mí era parar el pleito. Temía por mi seguridad. Apenas oí eso, volteé y les dije a mis dirigentes ¿cómo que la van a parar? En ese round supe que ya era campeón del mundo, y me dejaron salir. En los siguientes rounds apaleé a Moore, para quien todo acabó en el décimo. Esa noche, el 21 de septiembre de 1963, el Sugar le arrebató el campeonato mundial pluma y también la vida.
Después de la pelea, cuando estaba cenando en un restaurante mexicano, su compatriota y compañero de profesión, Luis Manuel Rodríguez le fue a avisar que Moore estaba muy grave. “Me dolió mucho su muerte”. Pero tras la muerte, la vida sigue, porque aunque los boxeadores como él tenían cargo de conciencia, era más fuerte su voluntad y la convicción de que vivir en sí mismo, en el peligro. “Acuérdate que para morirse nada más hay que tener vida. Si no la tienes no te mueres nunca”, señala jovial.
“Todos los que estamos aquí tenemos peligros El policía puede disparar un tiro, el albañil puede caer de un andamio, el nadador puede morirse ahogado, si sufre un golpe en el piso, ¡se llamaba Perico! Todos tenemos una forma de morirnos”.
Vuelve a aquel combate trágico: “Fue un peleón. He visto muchos combates, pero ninguno como esos dos que yo tuve. Buena fibra la del mexicano Canelo Urbina y la de Davey Moore. Esas fueron tan bonitas, tan chulas, con nada de salvajismo. No, de esas de saber lo que se está haciendo arriba de un ring. Hasta la fecha no he visto otra como la que tuve con Davey Moore en Los Ángeles, tan decente y preciosa que cada round que empezaba nos saludábamos con respeto, como caballeros, algo que ahora en este medio no tenemos. Hoy sólo hay puro bailarín, que no sabe lo que es boxeo.”
Para el cubano–mexicano, el triunfo fue tan amargo que se siente; todo es duro, hasta un triunfo lo es porque no todos tienen la dicha y la oportunidad de saborearlo. Dice el Sugar que hay un derrotado pero que a veces se pierde y sirve más que todas las peleas, así es el deporte. “Como dije, nos parecemos mucho pero todos somos iguales. Cuántos peleadores hay y cuántos han sido grandes. Compare nada más el combate del difunto Davey Moore, vea los de los demás y se dará cuenta que no es lo mismo. Observará a Moore como era, un toro. No fue como, por ejemplo, Pintor, que con el golpe que le dio a su contrario –Johnny Owen en 1980–, ya cayó muerto, desparramado, esas son cosas diferentes”.
Ultiminio defendió el título pluma con éxito frente a Rafu King y Mitsunori Seki, además de ganar otras peleas sin que estuviera en juego su cetro, el caso era que su organismo se expandía, iba cobrando otro grosor.
Ahí está por ejemplo la pelea de Mantequilla Nápoles con Carlos Monzón. “Decían: sí, Mantequilla es muy bueno, Monzón es un bruto, más que Mantequilla en el boxeo; Monzón llevaba más juventud, más peso, más de todo lo que Nápoles no tenía. Qué bueno que no sucedió un drama... Nada más que allí acabó la carrera de Mantequilla”.
Hoy no se queja, “vive del tiempo”, si acaso insiste: “necesitamos ayuda en el boxeo, no porque uno esté jodido, sino para trabajar, para formar una buena escuela, porque los que levantamos al pugilismo al final no hemos recibido nada”, sólo eso para un hombre que vino al mundo “a comer perejil”, insiste.
La noche con el Zurdo de Oro
El 26 de septiembre de 1964, cuando perdió el cetro pluma ante Vicente Saldivar, y sin demeritar su calidad, Ultiminio llegó totalmente exprimido, en su lucha por marcar el peso de la división que es de hasta 126 libras (57.153 kg.).
El matancero embarnecía, su muscularatura ya no correspondía a la de un peso plumo. Entonces no existían las divisiones intermedias, por lo que hoy, quizá, sería un superpluma. Pero entonces Ramos sacrificaba su vida física para marcar las 126 libras, pues como reza el canon pugilístico: “ni cortándose una pierna da el peso”.
Antes de la pelea contra Vicente Saldivar, tuvo que corroborar el peso cuatro veces. En la báscula de El Hipódromo de las Américas registraba el límite pluma, pero en la báscula de El Toreo de Cuatro Caminos una libra más. “Eso me agotó todavía más”.
En los días previos a la pelea contra Saldivar, lo que comía el Sugar era: un jugo de carne, siete uvas, dos naranjas, tres ciruelas, y en la noche le daban una purga. Esta dieta, aunada a las intensas sesiones de entrenamiento fue disminuyendo imperceptiblemente el físico del cubano-mexicano, por lo que la noche del combate estaba “exprimido”, aunque mantenía intacta su capacidad de combate, su pegada y su anhelo de victoria.
Así, la noche del 26 de septiembre de 1964, en el Toreo de Cuatro Caminos, abarrotado al máximo, Saldívar dio la sorpresa ganando a Ultiminio en el doceavo episodio, cuando ya no salió a combatir por el castigo recibido en la sangrienta pelea.
En la Plaza de Toros, enardecida, el zurdo mexicano Vicente Saldívar hizo felices a sus seguidores al lograr la hazaña de vencer por nocaut técnico al cubano-mexicano Ulti. Fue una pelea entre dos fajadores, que se inclinó a favor del también llamado Zurdo de Oro, gracias a su constante golpeo al cuerpo y sus izquierdazos a la cabeza.
Mientras duró el encuentro, hubo una lucha trepidante en la cual prevaleció el cambio de golpes en la distancia corta y los lances suicidas de ambos en busca de un nocaut repentino. El apoyo del público, sumado al empeño y coraje del zurdo mexicano fueron inclinando la balanza a su favor hasta conseguir la rendición del cubano.
El Sugar siguió peleando en 1965 y terminó en 1967 cuando Carlos El gato Ortiz lo noquea en cuatro rounds en San Juan de Puerto Rico. Ramos estuvo inactivo en boxeo el año 1968. Pero en 1969 decidió regresar al ring, ahora en la división de los ligeros, noqueando a Rudy Gonzales en México en dos rounds.
En las dos siguientes peleas noqueó a Erubei Chango Carmona y a Germán Gastelbondo. En 1970, el Sugar se preparaba para ir por otro cetro universal; vence al Tiburón Raúl Rojas, pero un muchachito México-norteamericano, Mando Ramos (apodado el Bibelot de Long Beach) lo vence, despierta a su verdadera realidad: ya no era el mismo.
La tragedia del Gato Ortiz
En los albores de su carrera, Ulti, tuvo una oportunidad de disputar el fajín mundial de peso ligero contra el portorriqueño Carlos El Gato Ortiz, un ojiverde marrullero de pegada fulminante.
El primer duelo tuvo lugar en el Toreo de Cuatro Caminos el 22 de octubre de 1966. Era la primera vez que se disputaba un campeonato de la división liviana en México, una categoría establecida en 135 libras (61.150 kilogramos), en la cual el felino portorriqueño estaba en su peso perfecto, en cambio, Ultiminio era un ligero pequeño.
El réferi fue un ex boxeador de peso completo, Billy Conn y dos de los jueces también norteamericanos: Frankie Van y Carlos Scanian., los cuales se mostraron parciales al portorriqueño
En el segundo round una derecha que se abrió paso por entre el hombro izquierdo de Ortiz lo depositó en la lona, Conn contó muy lento para que se recuperara el boricua y Ulti no lo pudo noquear, se escapó; el tercero y cuarto estuvieron muy reñidos, Ortiz con un cabezazo que con disimuló le abrió el parpado izquierdo al cubano-mexicano. Así, en siguiente giro Ortiz, mediante diversas artimañas hizo más grande la herida del desafiante: lanzaba jabs con los pulgares levantados para picarle los ojos a Ulti, le daba codazos, frotaba su cabeza contra el desafiante.
Todo lo anterior, sin contar que el réferi, cuando rompía los clinchs impedía que Ulti utilizara la mano izquierda, mientras que daba libertad al boricua para poder golpear a su enemigo.
Así, en el quinto round, el réferi Conn paró el pleito sin esperar el veredicto de los jueces decidió dar por ganador al campeón hecho una caja de marrullerías. Conn actuó por su cuenta y sin aplicar el reglamento del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Pero el comisionado de este organismo, Ramón G. Velázquez dio ganador a Ulti por decisión técnica, porque Ortiz y Conn se fueron del encordado huyendo de la lluvia de las pesadas monedas de a peso y veinte centavos que el público arrojaba al cuadrilátero, del cual estuvo por desprenderse la pesada estructura del alumbrado.
En la batahola salieron heridos en la cabeza el doctor Gilberto Bolaños Cacho, Billy Daly, manager de Ortiz, después, poco a poco, el público dejó el coso ignorando si era verdad que Ulti había ganado a Ortiz, lo cierto es que el boricua fue ratificado en el trono y se pactó la revancha para el primero de julio de 1967 en San Juan de Puerto Rico.
El siguiente desafío que tuvo como escenario el pitcher-plate del estadio de beisbol Hiram Birtham. El pleito fue muy cerrado, esta vez, el monarca salió a pelear limpio, Ramos a darlo todo por refrendar su calidad de aspirante y de nuevo su pegada de puso en aprietos al campeón, hasta que en el cuarto giro, cuando el retador atacaba, Ortiz lo prendió de cauter (recibiendo) con una derecha letal a la mandíbula de Ulti quien se fue trastabillando a la cuerda; allí fue masacrado por los bombazos a dos manos del gato portorriqueño, aun el desafiante paró con un inesperado derechazo al local, pero no fue suficiente y siguió el asedio letal, hasta que el réferi de color, Zachari Clayton paró la carnicería.
Ramos pedía al tercero sobre las cuerdas que no parara la contienda, lloraba y le daba ligeros golpes en los costados, pero éste se mantuvo firme y detuvo a los 1:10 segundos lo que pudo haber sido quizás la muerte del cubano-mexicano. Ultiminio Ramos declaró más tarde que se retiraba, pero llegando a México decidió proseguir, aunque sabedor que sus facultades y sus mejores años habían transcurrido entre salvajes peleas y escándalos por las muertes de dos de sus rivales.
El retiro
El 25 de abril de 1972, Ultiminio Sugar Ramos sostuvo la última pelea de su carrera. “César Sinda me ganó por nocaut técnico en diez round en Los Ángeles, California. Regresé al hotel, y como era mi costumbre, me metí a la tina de baño y desde allí le dije a Mario, mi ayudante: esta es la última pelea de mi carrera. No tiene caso seguir…”.
Y su ayudante, un jorobadito que era su valet, le contestó: “Piénsalo Sugar. Medítalo, y luego decide”. A su regreso a México, el boxeador descansó algunos días y después se fue a entrenar. “Acudí al gimnasio unos 15 días, pero ahí comprendí que el boxeo había terminado para mí. Fue entonces que me alejé del deporte, y puse fin a mi carrera. No hubo ningún anuncio al respecto, no hubo ninguna pelea de despedida. Simplemente me fui y ya. Estaba cansado, aburrido, y entendí que era el final, así, sin mucho ruido”.
Hoy, a los 75 años de edad, creé medio en broma y medio en serio que desea vivir hasta los 108 años para seguirse dedicando a lo que más me gusta: el boxeo. “Con 108 me conformo, pero si me dan 109, 110 o 111, ¡ya es ganancia!” y suelta un risotada franca.
Ulti siente que cumplió varias metas como pugilista, pues desde muy pequeño sintió, vivió y sufrió el boxeo. Fue seleccionado olímpico y monarca del mundo e ingresó al Salón de la Fama, “¿Qué más puedo pedir?, todo lo que quise lo tuve”, presume el ex pugilista.
Pero, ya en serio, comenta que en los años que le restan por vivir quiere seguir ligado al pugilato. “Ya estuve mucho en el medio boxístico, hice 18 años de carrera, aún sigo aquí y quiero continuar. El asunto mío es estar trabajando en eso; algunas veces doy clases, quiero enseñar a las nuevas generaciones lo que es esta disciplina, a tirar bien los golpes, a saber cómo defenderse. “El pugilismo es para personas inteligentes, es una técnica, es dar y que no te den; si tú das, da mucho, y si recibes, que sea poco. Tengo la experiencia necesaria para entrenar a los jóvenes y eso hago ahora, ya estoy viendo eso.”
El Sugar vive con su esposa Angélica en una modesta casa en la colonia Santa María La Ribera, en la Ciudad de México. La sala y el comedor ocupan un amplio espacio, con muebles sencillos y pocos adornos. La iluminación es sombría, el ambiente silencioso, mientras que en el librero están el televisor y algunas fotos familiares, pero nada que recuerde su época de boxeador.
Aclara: “ahora me la paso bien; soy un hombre completamente feliz y tengo cerca lo que es más importante para mí: la familia”. Tuvo cuatro hijos: Ultiminio, Lázaro, Adriana y Viviana. El que lleva su nombre fue el único que se dedicó al pugilismo, pero no profesionalmente. Unos viven en México y otros en Cuba, pero con todos tiene comunicación constante, “nos hablamos y vemos muy seguido”.
Por eso no le interesa vivir con riquezas, pues mientras sus seres queridos estén unidos; no necesita más. “¿Para qué quiero lujos si no voy a tener cerca a los míos? Lo que he ganado ha sido para ellos, a todos les ayudé cuando pude y estoy demasiado satisfecho con eso.
En la sala de su casa, donde tiene una conga como centro de mesa, que evoca sus épocas de músico cuando creó el grupo tropical Suaveson, comenta que ése es uno de los muchos sacrificios de los deportistas: “En ocasiones no estamos cuando la familia más nos necesita. Así es la vida de los boxeadores; unos creen que la pasamos de lo lindo, que es puro cotorreo, jaja… jeje… pero ¡noooo!, ¡eso es mentira! También sufrimos y estamos mal. Cuando tenemos hijos es lo peor. Si se nos mueren nuestros seres queridos, no estamos cerca cuando sucede, eso es muy feo”.
“Yo mi champion he tenido otra gran pasión además del box... ¡la música!”, y empieza a golpear la mesa mientras canta, como en aquellos años dorados cuando tocaba las congas con Ultiminio y su Suavesón: Yo soy matancero, mi hermano, y no lo niego. Matanzas tierra profunda ahora me inspiro en ti porque fue donde nací”, canta nostálgico, pero feliz, porque ya cumplió todos sus deseos: peleó, ganó, bailó, conquistó mujeres.
“Hay que tener ángel para eso”, afirma, y aunque la vida le cobró facturas, filosofa: “Como dijo aquel sabio de Matanzas (su padre): No importa que el vulgo me critique si el tribunal de mi conciencia me absuelve.”
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