Ernesto Soto Paez
Una de las figuras más controvertidas del México de los primeros años del siglo XX, fue sin duda Carmen Mondragón, rebautizada por el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl, como Nahui Ollin, cuyos escándalos en la sociedad de entonces fueron la vergüenza de su padre, el ingeniero de armas Manuel Mondragón, de quien se dijo, en su momento, que murió con el pesar de haber engendrado una hija sin moral ni ética.
Las fotografías y las descripciones que le sobreviven a esta mujer confirman el tipo de belleza que portó: cara de rasgos finos, pelo quebrado y ojos verdes esplendorosos como dos posas de un mar insondable y una gran agilidad mental que rayó en lo brillante. Desde pequeña se caracterizó por tener un carácter firme e impulsivo y antirreligioso.
Carmen Mondragón fue una pintora y poetisa mexicana que nació en la ciudad de México, en el seno de una familia acaudalada del Porfiriato, a finales del siglo XIX. Siendo niña, sus padres la enviaron a cursar educación básica en París, Francia, en un internado donde también aprendería sobre diversas artes, como la danza clásica, la pintura, la literatura y el teatro. Ese viaje le dio la oportunidad de desarrollar sus dos grandes pasiones artísticas: la pintura y la poesía.
En la adolescencia regresó a la ciudad de México y se enamoró de un joven cadete de tendencias homosexuales, llamado Manuel Rodríguez Lozano. A los veinte años, ávida por conocer otros aspectos de la vida, decidió contraer matrimonio con él; pero sobrevino la lucha revolucionaria y ambos decidieron partir a Europa. Se fueron primero a París, donde establecieron vínculos con algunos de los personajes más importantes de la escena artística de entonces, entre los que se encontraban Pablo Picasso y Diego Rivera.
Al estallar la Primera Guerra Mundial el matrimonio decidió emigrar a España, donde Manuel Rodríguez Lozano abandonó la milicia para dedicarse por completo a la pintura. Rápidamente sus obras fueron del gusto de la gente; incluso posteriormente fue invitado a formar parte del equipo de artistas auspiciados por José Vasconcelos, promotor e ideólogo del movimiento cultural nacionalista, durante el régimen del presidente Álvaro Obregón.
Mientras tanto, Carmen Mondragón se comprometió en serio con el oficio y exploró sin reparos el crisol de posibilidades de expresión que el trabajo pictórico le ofrecía. Esa etapa afianzó en ella sus inquietudes artísticas e intelectuales; además se asumió bella y sensual y no tuvo reparos en plantarse así ante la vida. De hecho, fue su actitud más que su obra la que la llevó a adquirir reconocimiento y popularidad.
En tanto, la relación de pareja comenzó a deteriorarse hasta el punto que, después de ocho años de matrimonio, Carmen decidió regresar sola a México. Convencida de su encanto y con una mentalidad decididamente europea, fue pionera en el uso de la minifalda, prenda que generó un gran escándalo a su alrededor.
Fue en 1921 cuando conoció en una exposición pictórica al destacado artista plástico Gerardo Murillo, el Dr. Atl. Su talento la cautivó de tal modo que decidió visitarlo en su casa; así fue como muy pronto iniciaron una relación amorosa que se mantuvo por casi cinco años y de la que sobreviven más de doscientas cartas escritas por ella y varias obras que la retratan, firmadas por él. En ese momento Carmen asume el nombre de Nahui Ollin, palabras que recuerdan la fecha que en el calendario mexica era consagrada a la renovación de los ciclos del cosmos.
Además, el encuentro con el Dr. Atl detona su etapa más prolífica en sus dos vertientes artísticas: la poesía y la pintura. Su estilo predilecto en cuanto a la plástica era el Naif, mismo que se caracterizaba por recrear imágenes típicas de la vida de los diferentes personajes que protagonizaban el mosaico social y cultural del México en aquel entonces, donde no faltaban escenarios como parques, mercados, pulquerías y portales. A pesar de que su obra es amplia, no es considerada una figura imprescindible ni de la plástica ni de la literatura mexicana.
Pero la relación se volvió muy tormentosa, pues el Doctor Atl celaba a Nahui Ollín porque constantemente posaba desnuda para otros pintores y fotógrafos; esto, probablemente, para celebrar su libertad y derecho a decidir su vida y no seguir las reglas impuestas por la sociedad mexicana de esos años, encontrar su camino, seguirlo y vivirlo como le pareciera mejor.
En el centro del escándalo, decidió que su cuerpo fue el medio para expresar tanto su libertad como su sexualidad, una extensión que le permitió alcanzar a alguien más y unirlo a su existencia. Esto la llevó a posar desnuda para el fotógrafo Edward Weston en Hollywood.
Entre los personajes con quienes compartía largas veladas bohemias estaban: Tina Modotti, Antonieta Rivas Mercado, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco, entre otros. Entonces, el incansable promotor artístico y cultural, José Vasconcelos, se desempeñaba como Secretario de Educación Pública, quien durante su gestión impulsó el muralismo; las paredes de los edificios públicos se llenaron de formas y colores, y de entre los rostros y cuerpos plasmados destacaba, invariablemente, Nahui Ollin, quien incluso sirvió como modelo a Diego Rivera.
Con su actitud de provocar escándalos, Nahui desafió las buenas costumbres, rompió reglas y, seduciendo al entorno, encarnó a “la mujer fatal”, a la vampiresa. Fue una musa de grandes ojos verdes que descendió a los infiernos para dejar su imagen impresa, imborrable allí. Al Dr. Atl le siguieron, en su lista de amores, el pintor y caricaturista Carlos Santoyo, con quien viajó a Hollywood. Ahí conoció a Edward Weston, para quien posó desnuda. De las sesiones fotográficas con Antonio Garduño surgió una atracción de la mano a una pasión avasalladora.
En 1934, luego de la muerte de su último amor, Eugenio Agacino, Nahui optó por la soledad que, al mismo tiempo, le permitió consagrarse por completo a la escritura dedicando sólo un poco de tiempo a la pintura. En su obra, literaria y pictórica, la sexualidad aparece casi como obsesión, lo mismo que la adoración a sí misma y el disfrute de sus amores.
Los últimos años de su vida los pasó en el centro de la Ciudad de México, acompañada tan sólo por sus gatos, desempeñándose como maestra de pintura en una escuela primaria y sostenida apenas por una beca que, mes con mes, le daba Bellas Artes.
Murió en 1978 en medio de la desolación y la pobreza más absolutas, y muy descompuesta, tanto que nadie podía reconocer esa belleza avasalladora que tanto escandalizó al México de esos años turbulentos de la Revolución Mexicana y la modernización de un país aun entre lo campirano y lo actual.
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