Lo demás queda para la imaginación, sobre todo en esos momentos fatales y al ver su expresión tranquila ante la muerte: el rostro desafiante, la postura desenfadada, el puro que sostiene con los dientes exprimiendo un último placer a la vida vuelta humo; el pie derecho sobre una piedra, recargado en la pared y sin apresuramientos, como haciendo esperar desesperadamente a la parca, además tiene las manos en los bolsillos. En suma, una pose que lo haría pasar a la posteridad. El fusilado fue capitán del Ejército Constitucionalista, y la información ocupó titulares de ocho columnas en los principales rotativos diarios de la Ciudad de México. ¿La causa? Fue encontrado, supuestamente, culpable de robo con violencia por un jurado militar, y condenado al paredón, pues para desgracia del capitán Sámano, una ley emitida en octubre de 1916 establecía severas penas para este tipo de delitos, los cuales se estimaban muy graves si eran cometidos por soldados de las tropas del Primer Jefe, Venustiano Carranza.
A las 11:30 de la mañana del 28 de febrero, entre los miembros del Batallón Supremos Poderes, el capitán fue llevado a una de las salas de Palacio Nacional, donde otros reos, también esperaban ser ejecutados por la comisión de diversos delitos graves.
En esa sala el vocerío se confundía con los ruegos y oraciones de su madre; además, un grupo de sus amigos se despedían efusivamente de él. Samano se sentó junto a una mesa donde platicó con otros de sus compañeros de armas, mostrando esa calma de que haría gala unos días después en el paredón de fusilamiento. Por el momento sus familiares y amigos le animaban, pues aun había esperanzas de obtener un indulto por parte del presidente Carranza.
En tanto, el capitán sentenciado consideraba sus últimos momentos muy valiosos, porque le daban la oportunidad de confirmar que su calma no era ficticia, y que su voz, segura y firme, contenía altas dosis de valor militar. Acostumbrado, como estaba a ver la muerte de frente, a desafiarla, a engañarla, el reo permanecía impasible, y, de vez en vez, repetía lo que antes había dicho a su abogado defensor: No temo a la muerte porque la ley tiene que cumplirse; sabré morir como un hombre y sólo les pido que digan a mis amigos que me guarden un buen recuerdo.
El día de su muerte
Según las crónicas del suceso, al amanecer del primero del 1 de marzo, 24 horas antes de la ejecución, Samano se levantó tranquilo, caminó como preparándose a pasar revista en su cuartel. Saludó a los soldados jovialmente, y les reiteró parte de las palabras dichas con antelación: Pocas horas me faltan, muchachos; hay que ir entero al paredón; que no se diga que los soldados constitucionalistas no saben morir como mueren los hombres.
En las primeras horas de la tarde, el capitán Samano, que había sido introducido a la capilla en el garitón, de la puerta central de Palacio Nacional, fue entrevistado por un reportero de El Demócrata. En esos momentos, el capitán Samano cenaba en compañía de su madre y su esposa. El sentenciado se levantó y amablemente le tendió la mano al visitante, quien después escribió de él: Vestía de uniforme kaki; es alto, joven amable, con barba y bigote negros. También le preguntó: ¿Tiene usted algunas declaraciones que hacer a la prensa?
—Sí, señor —se apresuró a contestar el recluso—, debo declarar a usted que aun cuando voy a morir mañana y me quedan pocas horas de vida, no tengo miedo a la muerte, pues sé que tarde o temprano debo morir; sólo me pesa dejar la vida por una calumnia de uno de los enemigos de nuestra causa, que me acusó de un delito que no he cometido. Me pesa doblemente porque mi padre fue un hombre honrado, y con el delito por el que se me castiga se manchará su nombre. Dejo a mi madre, esposa e hija que tendrán algún día la prueba de mi inocencia.
Samano agrego: No olvide usted decir que soy inocente, pues serán mis últimas declaraciones. Mañana, antes de marchar al patíbulo, leeré El Demócrata para ver lo que dice usted de mí.
De acuerdo con la crónica de ese rotativo, la voz del sentenciado tenía dos tonos: emoción profunda y tranquilidad; mientras tanto, su abogado, desesperado hacía gestiones ante Venustiano Carranza para salvarlo del patíbulo; pero estas se estrellaron ante la inflexibilidad de los juristas carrancistas, así que la esperanza de salvarlo se anuló. Se perdía así la esperanza del abogado defensor, y de los parientes de Samano. La sentencia dictada por el jurado militar se cumpliría sin retrasos.
El dos de marzo, día del fusilamiento, muy temprano, decenas de curiosos se agolparon frente a la puerta central de Palacio Nacional. La prensa informó que la gente comentaba la valentía de Sámano, así como la hora inevitable de su ejecución. Otro rumor aseguraba que la Comandancia Militar de la zona, ya había librado órdenes para que fuera suspendida la ejecución.
Poco después, a las 9:20 a.m., en la capilla de Palacio Nacional, el capitán de la escolta advirtió a Samano que se alistara, que ya era hora de ir al paredón, que el momento se aproximaba: Cuando usted guste, ya he arreglado mis asuntos; me he despedido de la familia, de los amigos; ahora sólo me queda ir al paredón como van los hombres, contestó muy tranquilo el sentenciado.
Mucho se ha especulado sobre el enigmático Samano y su ajusticiamiento. Muchos rumores se desataron sobre la valentía, paz y forma de recibir la descarga del pelotón de fusilamiento. Se dijo que su muerte se debió a que era falsificador de billetes; que era un delincuente común condenado a muerte y otras versiones rezan que era un revolucionario zapatista y que por eso mereció esa muerte anónima y cotidiana en plena lucha armada revolucionaria. Sin embargo, las crónicas de la época señalan que Fortino Samano fue un soldado carrancista sentenciado por el mismo presidente Venustiano Carranza.
Las fotografías las tomó Agustín Víctor Casasola (1874-1938). Este reportero gráfico fue uno de los más activos durante la Revolución y uno de los primeros fotógrafos históricos mexicanos, que es conocido por haberse dedicado a documentar buena parte de la Revolución Mexicana.
Fueron dos fotografías de un instante que desembocaron en un último momento: la muerte de Fortino fumando.
En la otra imagen, el condenado espera la descarga del pelotón. Sombrero en mano, cuerpo erguido y mirada tranquila, como diciendo a los soldados y al pequeño grupo de curiosos: “si toca morir, así es como se hace: sonriendo a la muerte”.
La primera instantánea ha sido expuesta en galerías de Europa y una copia forma parte de la colección del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. También fue reproducida en la prestigiosa colección Photo Poche (núm. 52, dedicado a Agustín V. Casasola), del Centro Nacional de Fotografía en París. El original se resguarda en la Fototeca Nacional del INAH.
Asimismo, hasta hace tres años la fotografía del fusilamiento de Samano se exhibía en el restaurante de comida típica mexicana "A Todo México", donde se acompañaba de otras instantáneas de la época de la Revolución Mexicana.
Allí, a casi todo el mundo le llama la atención una fotografía en cuyo pie se puede leer: "Fortino Samaco. Falsificador de moneda frente al paredón. 1918 AVC".
La fotografía fue elegida por Cartier-Bresson como una de las fotos del siglo XX.
Fuentes Consultadas
http://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/el-capitan-carrancista-fortino-samano-y-su-cita-con-la-muerte
Inesa Ortega, Arnulfo. Cita con la muerte, Relatos e Historias en México número 99: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/99-felipe-angeles-un-extraordin...
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