Este hombre que había nacido el 16 de septiembre de 1889 en Culiacán, Sinaloa siempre se consideró sinaloense, aun cuando por órdenes del presidente constitucionalista Venustiano Carranza fue a gobernar el estado yucateco, donde puso en práctica sus ideas de extrema izquierda con antecedentes anarco-sindicalistas.
Alvarado Rubio fue un militar y estadista mexicano que participó en la revolución mexicana, fue general del ejército Constitucionalista bajo las órdenes de Venustiano Carranza, quien decidió enviarlo al sureste para separarlo del general Álvaro Obregón, con quien tuvo serios problemas en lo ideológico y militar.
De acuerdo al sentir yucateco, la llega imprevista del militar como gobernante no era de confiar porque se le consideraba un “huach” o extranjero, pero lo que más convenció a la población de su sinceridad y apego a la región fue su matrimonio con una yucateca, la señorita Laura Manzano de Mérida. Siguiendo las tradiciones locales, Alvarado sostuvo un noviazgo largo con serenatas en las madrugadas y visitas interminables con la familia de la novia.
La llegada del general Alvarado Rubio tuvo, también, otro propósito fundamental, asegurarse para el movimiento constitucionalista los ingresos del henequén, planta que, a pesar de provocar una gran injusticia social, había encumbrado a Yucatán, posiblemente, como uno de los estados más ricos de México.
Según la investigadora Anna Macías, Yucatán aun estaba en vías de recuperación de los terribles estragos de la “Guerra de Castas” de 1840 a 1901, que pasó inadvertida por el total desinterés o, quizás ignorancia, del resto de la República; guerra que se libró en la península yucateca, una lucha de clases, que equiparada a la Guerra Civil norteamericana, fueron las más fratricidas y sangrientas del siglo XIX.
Este conflicto, profundamente racista, tuvo como principal cabecilla al maya Jacinto Canek, quien encabezó a los pueblos indígenas de la Península Yucateca, cuyas poblaciones estaban ya decididas a proteger sus tierras y su forma de vida. En 1847 los mayas yucatecos se levantaron en armas contra la población blanca del estado.
Desde que la prensa de la ciudad de México se enteró de la rebelión, la publicó con tintes sensacionalistas, asumiendo desde un principio una postura crítica en contra de los rebeldes, a los que consideró enemigos del orden y el progreso, y por lo tanto carentes de todo derecho social y político, incluido el de su propia existencia como etnia. Incluso varios periódicos publicaron informaciones en el sentido de que no había más que exterminarlos violentamente; para otros, la mejor opción era la de su integración por medio de la educación y el trabajo.
En el largo enfrentamiento, esta última postura tomó auge, en especial a partir de 1877, tras la llegada de Porfirio Díaz al poder mediante el Plan de Tuxtepec, quien buscó la paz como base para llevar al país al selecto grupo de las naciones civilizadas del mundo. Por esto, en la mente del general oaxaqueño, los indígenas estorbaban para lograr la pacificación de la nación, pues se les conceptuaba perezoso, indolente y bárbaro.
Cuando estalló la Guerra de Castas, para algunos periodistas, una solución era integrarlo a la sociedad mexicana por el camino de su transformación radical, convirtiéndolo no tanto en un ciudadano con todos los derechos, sino en seres dispuestos a las labores productivas, convirtiéndolos en mano de obra disponible supuestamente libre. La otra opción era el exterminio total.
Así que el general Alvarado tenía, también, que pacificar a la península, lo cual, una vez logrado, le permitió enfocar todas sus energías a procurar el bienestar económico de Yucatán y convertirlo en un laboratorio de ideas radicales de reformas legislativas y sociales, esto dos años antes de la revolución bolchevique y de que naciera a la vida jurídica la Constitución de Querétaro de 1917.
Según el historiador Frank Tannenbaum, “él, quizás más que cualquier otro mexicano que tomó parte activa en la Revolución, intentó formular un programa, pero ningún intelectual mexicano admitiría que Alvarado era un intelectual, o que formuló el programa de la revolución”.
Fue así que Alvarado logró plasmar su ideario en una copiosa legislación, consistente en 753 decretos expedidos en esos dos años y nueve meses de gestión. Sobresale en estos mandatos, la inclusión política de la mujer. Así lo planteó el general en su obra, La reconstrucción de México. Un mensaje a los pueblos de América.
Desde su promulgación, los 753 decretos tuvieron vida jurídica dentro del estado, cuyos postulados de un nuevo concepto de socialismo humano se incluyeron, después, en varios textos de la Ley Fundamental de 1917. Su obra se condensó en las “Cinco Hermanas”: Ley de Hacienda, Ley del Catastro, Ley Agraria, Ley del Trabajo y Municipio Libre, que posteriormente fueron plasmadas en la Constitución de 1917, en especial en los artículos 3°, y 24°, en lo relativo a relaciones Iglesia-Estado; el artículo 115°, el artículo 28° y el artículo 123°.
Alvarado Rubio, quien murió en 1924, fue un estadista visionario, lo cual plasmó en las siguientes palabras que dirigió, en una carta abierta pública en el diario el Heraldo de México, el 15 de agosto de 1919: “De nada sirven los cambios de hombres en el poder si continuamos cometiendo el absurdo tradicional de confiar toda la vida del país a un solo hombre, con facultades para disponer de enormes cantidades de dinero…”.
Más cercano al Caribe y frontón de las ideas feministas llegadas de Europa, Yucatán y su gobernador progresista y anticlerical, pudieron organizar dos Congresos Feministas en 1916.
Primer Congreso Feminista
Los congresos feministas, organizados por el general Alvarado Rubio, fueron muy importantes no sólo porque las mujeres mexicanas se expresaron públicamente, por primera vez, sino por la idea acerca del papel que jugaban en la sociedad, por lo que al mismo tiempo, exigieron que se les reconocieran sus derechos políticos, sino también porque ejercieron un dialogo con el Estado y sentaron un importante precedente para las luchas feministas de los años posteriores.
Así lo expresa la investigadora y activista Enriqueta Tuñón, en su libro Las feministas y la Constitución del 17, quien informa que el 13 de enero de 1916 inició el Primer Congreso Feminista en Mérida, Yucatán, sito en el Teatro Peón Contreras, con asistencia de 617 delegadas.
Quien hizo posible esa reunión feminista fueron las gestiones del general Alvarado, gobernador y comandante militar de Yucatán, quien antes, el 28 de octubre de 1915 convocó a su realización, considerando que:
“Es un error social educar a la mujer para una sociedad que ya no existe..., pues la vida activa exige su concurso en la mayoría de las actividades humanas; que para formar generaciones libres y fuertes es necesario que la mujer obtenga un estado jurídico que la enaltezca y una educación que le permita vivir con independencia; y que el medio más eficaz de conseguir estos ideales, o sea los de libertar y educar a la mujer, es concurriendo ella misma con sus energías e iniciativas a reclamar sus derechos, a señalar la educación que necesita y a pedir su injerencia en el Estado, para que ella misma se proteja”.
Dice el investigador Enriqueta Muñón que “El gobernador encargó la preparación del congreso a la profesora Consuelo Zavala, quien, junto con la comisión organizadora, sólo tuvo un poco más de dos meses para darle publicidad e invitar a las ponentes. Como el mandatario exigió que estas debían ser "honestas" y tener cierto grado de educación; la mayor parte de las asistentes fueron profesoras. Les ofrecieron el boleto de tren gratis, licencia para ausentarse de su trabajo y ocho pesos diarios de viáticos.
Ya en el congreso, cuando se leyó la ponencia de Hermila Galindo, titulada ‘La mujer en el porvenir’, no sólo causó un escándalo entre las asistentes, que tenían muchos prejuicios contra el feminismo, sino que los periódicos la acusaron de inmoral y propagadora del amor libre, porque afirmaba que las mujeres tenían instintos sexuales tan fuertes como los hombres y que necesitaban clases de fisiología, de anatomía y de higiene para controlar sus cuerpos.
Las discusiones dividieron a las ponentes en moderadas y radicales. Ubicando entre las segundas a Hermila, quien también defendía el divorcio y criticaba la religión, mientras que las representantes del ala moderada se declaraban, decididamente, en contra del feminismo.
Al final se impusieron las moderadas, y si bien todas defendían el derecho a una educación subsidiada por el Estado, que les permitiera desarrollar su potencial como personas y sostenerse a sí mismas, las radicales insistieron en que debía combatirse la influencia de la Iglesia con escuelas racionalistas, exigieron participación en la vida política del país y presentaron una propuesta para reformar el Código Civil de 1884, con el propósito de eliminar la discriminación de las mujeres.
Cuando, en uno de los últimos aspectos del congreso, se discutió el sufragio femenino a nivel municipal, y cuando en contra de esa propuesta se argumentó la poca preparación de las mujeres y la falta de un movimiento colectivo que demandara el voto, Francisca Ascanio respondió: "No es necesaria la experiencia previa para entrar a las luchas sufragistas, porque nunca la experiencia es previa y porque la práctica se adquiere en la lucha".
Según la Enciclopedia de México, las conclusiones sobre los cuatro temas propuestos fueron los siguientes:
- “¿Cuáles son los medios sociales que deben emplearse para manumitir a la mujer del yugo de las tradiciones?”. Se acordó dar a conocer en los centros de cultura la potencia y la variedad de sus facultades y su aplicación a las ocupaciones desempeñadas por el hombre; gestionar la modificación de la legislación civil para otorgarle mayores libertades; fomentar los espectáculos que estimulen los ideales del libre pensamiento; darle una profesión u oficio que le permita ganarse el sustento; e inducirla a no tener otro confesor que su conciencia.
- “¿Cuál es el papel que corresponde a la escuela primaria en la reivindicación femenina, ya que aquélla tiene como finalidad prepararse para la vida?”. Se acordó proponer la supresión de las escuelas verbalistas y sustituirlas por institutos de educación racional, en que se despliegue la acción libre y puedan orientarse las generaciones hacia una sociedad en que predominen la armonía y la conciencia de los deberes y derechos.
- “¿Cuáles son las artes y ocupaciones que deben fomentarse y sostenerse en el Estado y cuya tendencia sea preparar a la mujer para la vida intensa del progreso?”. Se acordó solicitar la creación de una academia de dibujo, pintura, escultura y decorado; el establecimiento de clases de música y de fotografía, peletería, trabajos de henequén, imprenta, encuadernación, litografía, fotograbado, grabado en acero y en cobre, florería y cerámica en las escuelas vocacionales; y la multiplicación de las escuelas granjas mixtas.
- “¿Cuáles son las funciones públicas que puede y debe desempeñar la mujer a fin de que no solamente sea elemento dirigido sino también dirigente de la sociedad?”. Se advirtió que deben abrírsele las puertas de todos los campos de acción y que “la mujer del porvenir podrá desempeñar cualquier cargo público que no exija vigorosa constitución física, pues no habiendo diferencia alguna entre su estado intelectual y el del hombre, es tan capaz como éste para ser elemento dirigente de la sociedad”.
Meses más tarde se realizó el Segundo Congreso Feminista, del 23 de noviembre al 2 de diciembre del mismo año, con la asistencia de sólo 234 mujeres. Esta vez se impusieron las radicales y se aprobará otorgar a la mujer el voto en las elecciones municipales, pero sin posibilidad de ocupar puestos en los ayuntamientos, lo cual provocó el disgusto de sufragistas destacadas como Elvia Carrillo Puerto.
De esta forma, el general Alvarado Rubio llevo a la práctica varias de sus ideas progresistas que causaron escándalos en la Península Yucateca, pues, entre otras, le ponía un coto a las grandes ambiciones clericales, a las oligarquías locales e igualdad de derechos a toda su población, elementos que fueron incluidos en la primera Constitución del siglo XX, una Carta Magna largamente soñada por el general Salvador Alvarado Rubio, un general sinaloense de pura cepa.
Referencias Bibliográficas
Macias, Anna, “Against All Odds. The Feminist Movement in Mexico from 1910 to1940, Contributions in Women’s”, number 30, London, greenwood Press. Trading of the author.
Alvarado, Salvador, La reconstrucción de México. Un mensaje a los pueblos de América, 3 vols., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, edición facsimilar sobre la original de J. Ballesca y Cía., México, 1919.
Estas cinco leyes están publicadas en la obra, Salvador Alvarado, pensamiento revolucionario, editada por ISSTEY, en ocasión del aniversario del año de Alvarado Meri.
Paoli Bolio, Francisco José, Yucatán y los orígenes del nuevo Estado mexicano. Gobierno de Salvador Alvarado 1915-1918, Ediciones Ero, 1984.
Hemeroteca Nacional (HN), El Monitor Republicano, año 5, México, miércoles 6 de junio de 1849, número 1485, pp. 2-3.
http://desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/article/view/1105/953
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