“No, en ningún momento…” respondió Peña a la ridiculez del estadunidense sobre el pago del financiamiento al muro fronterizo con recursos mexicanos, sin duda una reacción tardía que todos extrañamos el mismo día en que el republicano llenó de agravios la casa presidencial de Los Pinos con su presencia y su negativa a disculparse públicamente, el pasado 31 de Agosto, por los exabruptos pronunciados cuando candidato en contra de nuestros connacionales.
Pero sin duda que el mandatario mexicano no creyó, no se imaginó, ni entonces ni ahora, que así se llenaría de fortaleza y calidad moral para erguirse como el líder de todos los mexicanos. Y que ni un ápice habría de retroceder, negociar ni ceder a las fanfarronadas del hablantín xenófobo, racista, pro-ruso y abusador machito empresario metido a Presidente de la nación más poderosa del mundo.
La interrupción de las movilizaciones diarias contra el gasolinazo demuestran que Peña prefirió apostar más bien por la ancestral desmemoria de sus gobernados; por esa mezcla de frustración y revancha que llamamos nacionalismo y, más que nada, por la efectividad de su tan monstruoso como oneroso aparato propagandístico goebbeliano, con el evidente propósito de desmovilizar la protesta, apaciguar los ánimos y, en suma, manipular los brotes de conciencia y organización ciudadana.
El problema aquí es que el Presidente de nuevo se equivoca, porque los actuales no son momentos de rescatar del fango de corrupción y cinismo la figura presidencial; tampoco lo son de asegurar los fines político-electorales de su camarilla y partido; lo importante, en cambio, son las amenazas reales que se ciernen sobre la población mexicana y que habrían de derivar en crisis de carestía, inflación galopante, devaluaciones, endeudamiento, asfixia financiera y salida de capitales, conocidas en este país desde los 70´s.
A todo ello han de sumarse los efectos, que ya comenzaron a sentirse en el debilitamiento del peso, cada que el boquiflojo republicano abrió la boca; las presiones que, a no dudar, habrán de padecerse en la frontera por la construcción del muro; las deportaciones que si con Obama fueron masivas, con Trump habrán de aumentar –con el consecuente crecimiento en la demanda de empleo y mejores oportunidades, pero en México- y las que ejerza contra inversionistas extranjeros que prefieran a México en vez de los Estados Unidos.
Increíblemente y pese a lo anterior, parece que el mandatario mexicano tiene otras prioridades: es como si estuviera en una burbuja a prueba de cuestionamientos, gritos, reclamos, marchas y desmanes que no sólo es impenetrable a lo que sucede por fuera, sino además tan opaca, que le impide ver su debilitada imagen en el espejo de una realidad más allá de Los Pinos, de su casa blanca, incluso en una coyuntura tan delicada como la actual.
Cuando está por completarse la primera quincena de 2017, no hay duda alguna que será uno de los peores años de que se tenga memoria –¡y vaya que hemos tenido años peores!-, no se necesita ser adivino ni tener bola de cristal para entender que así será.
¡Y el Presidente que nomás no da pie con bola!
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