Pero hace apenas siete semanas, en Minatitlán, Veracruz, el propio López Obrador había pronunciado –adecuado- la improvisada arenga, cuando finalizaba un acto de entrega de un camino modernizado, acompañado de la, ahora, primera Presidenta Constitucional: “¡Es un honor estar con Claudia hoy!”, dijo entonces el tabasqueño.
Militantes, fotógrafos, reporteros, camarógrafos, vecinos de Tlalpan parecían un enjambre humano que rodeaba y obstaculizaba el paso del chevrolet compacto gris en el que viajaban Claudia Sheinbaum y su marido, Jesús María Tarriba.
La ceremonia de colocación la banda presidencial estaba programada para iniciar a las 11:00 horas, pero no fue así.
El recorrido que normalmente se cubre en menos de siete minutos, desde su casa hasta la calzada de Tlalpan –la vialidad más lógica para arribar lo antes posible al Palacio Legislativo de San Lázaro- se realizó en más de 15 minutos por la lentitud a la que podía avanzar el vehículo; según su programa, Sheinbaum Pardo debía arribar a la Cámara de Diputados unos 10 minutos antes de las 11:00 horas. Pero el enjambre y el hecho de que la Presidenta saludó a todos por la ventanilla, con ambas manos, provocaron que llegara una media hora después de lo previsto.
Aunque López Obrador también fue frenado en su recorrido, por circunstancias similares, no tuvo en realidad problemas para llegar puntual a San Lázaro.
Luego de superar otro enjambre –esta vez de besos, abrazos, felicitaciones, agradecimientos, despedidas y parabienes de políticos, compañeros de lucha, legisladores, todos con celular en mano-, el tabasqueño, aún con la banda presidencial, pudo llegar hasta la Mesa directiva de la Cámara baja. Casi media hora después Claudia Sheinbaum pasó por las mismas y al fin llegó.
En la Mesa directiva, una presencia impensable hasta hace poco: la diminuta figura rechoncha de la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, ataviada de negro, a la extrema derecha de la enorme mesa.
Al centro, la maestra Ifigenia Martínez Hernández, presidenta de la Mesa directiva de la Cámara de Diputados, con muy evidentes problemas de salud; a su derecha, Sheinbaum Pardo con su vestido blanco, de flores multicolores bordadas en su costado derecho; a la izquierda, el aún Presidente López Obrador y a la extrema izquierda, el Presidente de la Mesa directiva del Senado, Gerardo Fernández Noroña.
Detrás de todos ellos tres elegantes mujeres militares ataviadas con negros uniformes de gala, todas muy serias, muy derechitas y muy atentas a cuanto solicitara la comandanta en jefe de de las fuerzas armadas mexicanas, la Presidenta Claudia Shenbaum Pardo.
De pronto, ella misma pronunciaba las palabras del protocolo para estos casos, con las que se le toma el juramento a los nuevos mandatarios de respetar la Constitución y velar en todo por el bien de la Nación. La presidenta de la Mesa directiva, quien debía decirlas, simplemente, no podía.
La mandataria agradeció la presencia de 105 invitados de gobiernos de otras tantas naciones; inició con los de gobiernos latinoamericanos, prosiguió con Jill Biden, esposa y representante del mandatario estadunidense, Joe Biden; luego saludó a los canadienses y terminó con la mención a representantes de naciones europeas y de otras latitudes.
Fue especialmente enfática cuando agradeció la presencia de diputados españoles, quienes fueron calurosa, ruidosamente saludados por el Pleno de San Lázaro. Y nadie recordó entonces al monarca de la nación ibérica.
La mandataria habló de la continuidad de los principios rectores de la 4T; resaltó los resultados del nuevo modelo económico que substituyó al esquema neoliberal: el humanismo mexicano. Y se tomó sus buenos minutos para asegurar que la recientemente aprobada reforma al Poder Judicial redundará en una mayor autonomía de éste.
“Habrá estado de derecho. La reciente reforma constitucional al Poder Judicial de la Federación, que marca la elección por voto popular de jueces, magistrados y ministros significa más autonomía e independencia del Poder Judicial. Piénselo solo por un momento: si el objetivo hubiera sido que la presidenta controlara a la Corte hubiéramos hecho una reforma al estilo Zedillo. No, eso es autoritarismo. Nosotros somos demócratas”, expresó.
Afirmó que esta reforma no puede ser autoritaria, porque en esencia es democrática, toda vez que, dijo, es el pueblo el que decidirá. Y confió en que en pocos años “quedaremos convencidos de que esta reforma es lo mejor”. Dijo a los belicosos trabajadores del Poder Judicial que sus derechos y salarios están totalmente a salvo y a inversionistas nacionales y extranjeros les aseguró que sus dineros, también.
Sin duda, fue un día de fiesta, de brazos en alto y puños izquierdos levantados, pero esta vez con rostros de júbilo y no de amenaza; de alegría, de esperanza en la continuidad y sobre todo, en el bienestar.
Aún estaban pendientes ceremonias y celebraciones. Y desde luego, a trabajar.
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