Pues aquí están, aquí viven –o más bien sobreviven-, los migrantes sudamericanos, muchos de los cuales huyeron de la Venezuela a la que un presidente presuntamente Maduro y más bien demagogo, incompetente e incapaz, pero sobre todo, un amenazante dictador, les canceló toda expectativa de vida, de mejoría y bienestar.
“¿Usted cree que yo estoy aquí por gusto?”, espetaba la venezolana a una vecina que no dejaba de increparla a gritos para que apagara la fogata que minutos antes había encendido para cocinar y dejara de provocar humo. “Yo todas las mañanas lloro nomás de ver las condiciones en que vivimos. Si yo tengo mi casa en Caracas, pero me sacaron, me amenazaron. No estoy así por gusto”; sus lágrimas, empero, no apagaban, no ahogaban su grito de desesperación y tristeza.
Aquí siguen y no saben hasta cuándo: todos los días salen desde temprano de sus chozas, celular en mano; van al punto en el que ya identificaron que hay buena señal de wi-fi para verificar en una aplicación de la embajada estadunidense si ya les concedieron cita para una entrevista; entonces les preguntarán las razones que tienen para solicitar asilo en la vecina nación del norte. Y con suerte, en unos días se irán a algún consulado u oficina de migración estadunidense en la que con más suerte aún, les darán la residencia o permiso para permanecer allá.
Pero es algo tardado, lento, desesperante y tortuoso: no se trata de un registro de una sola vez en algún listado; todos los días verifican temprano si tienen respuesta, y como por lo regular no es así, tienen que entrar nuevamente al sistema para solicitar, otra vez, que les den la famosa cita.
Mientras, el resto de la historia se repite a diario: tras esa su primera frustración, los migrantes acuden a conseguir agua; se hacen de botellones y de todo recipiente a su alcance para llenarlo; los llevan a sus casuchas en improvisados diablitos; en juguetes de ruedas; en desvencijadas carreolas. O simplemente los cargan. Ya saben que en una estación cercana del Metro les permiten utilizar el servicio sanitario por cinco pesos y bañarse… por otros 20.
La Gustavo A. Madero es una alcaldía… sin alcalde. No solamente porque Francisco Chiguil solicitó licencia al cargo para el que fue electo desde Octubre del año pasado, sino porque el “funcionario” nunca apareció cuando fue requerido por la ciudadanía que le dio el voto en la colonia Vallejo; al vecindario sólo llegó un par de días antes de que pasara por allí la entonces Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo. Había que aparentar y entonces se barrían calles y aceras; se pintaban acotamientos y bardas y se recogía la basura.
Los migrantes comenzaron a llegar a la calle de Clave desde fines de 2022. Y a pesar de las protestas vecinales por las consecuencias del imprevisto hacinamiento que su llegada provocó, en un barrio de por si deteriorado, Chiguil nunca atendió el asunto; se fue a la campaña de Clara Brugada y ahora –como al parecer nada le tocó en el gabinete que la nueva Jefa de Gobierno dará a conocer en breve- será senador suplente, cuando Ernestina Godoy tome posesión del cargo que le asignó la presidenta electa.
En tanto, las expectativas de los migrantes venezolanos tienen que ver con procesos electorales: el primero, que se llevará a cabo hoy domingo 28 de Julio en su país; Nicolás Maduro podría perder al fin y dejaría la presidencia de Venezuela y quien gane habría de generar mejores relaciones con los Estados Unidos para que éste levante el embargo que mantiene contra la nación bolivariana. Y acaso el bienestar estaría de vuelta en ese país. Y sus migrantes de vuelta.
El otro proceso electoral, es precisamente el de los Estados Unidos, en donde la mayor amenaza para todos los migrantes es que gane el racista y ultraderechista Donald Trump; entonces se vendrían abajo todas las expectativas de alcanzar el sueño americano. Pero si gana la demócrata Kamala Harris –improvisada candidata ante el retiro de Joe Biden-, habría esperanza de que las fronteras estadunidenses se mantuvieran abiertas.
Y la esperanza para los vecinos de la colonia Vallejo en la GAM es que la presidenta electa resuelva de fondo el problema de los asentamientos irregulares de los migrantes y los dote de condiciones dignas de subsistencia en refugios o albergues debidamente acondicionados. Y que el alcalde electo, Jane Carlo Lozano, se sacuda a la mafia que en la alcaldía dejó Francisco Chiguil.
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